viernes, 23 de junio de 2017

RIO MAGDALENA (4)



EN LA PRADERA BAJA






  
Despunté en la vereda pradera baja, acompañado de los amigos campesinos del norte del Tolima. No sé si terminar en aquel lugar fue parte de lo que algunos llaman destino, pero allí fue donde la vida me llevo para crecer junto con quienes mi camino compartieron. La ruta voy recorriendo escuchando por lo bajo la frecuencia en AM hasta perderse en los caprichos de las curvas del camino. Y siento orgullo desmedido en mi corazón y lo pongo a disposición del que también siente o quiera sentir orgullo campesino.  Deseo hoy exaltar mi origen de montaña, soy la sangre que hereda la esperanza de ser libre y amar la tierra. Quizás mis pasos quedaron grabados en las montañas o en los caminos de herradura que transite muchas veces, muchas, tantas que no puedo ni recordar cuantas. Esas carreteras y esas montañas a su vez quedaron grabadas en mí para siempre, como las historias de los compadres, su trato siempre tan amable, su hospitalidad desmesurada o el zumbón sonido del machete del trabajador en medio de la larga jornada.

Cayó la noche en la vereda pradera baja, junto a los nobles campesinos con los que comparto el gigante ocaso bajo un remanso infinito de estrellas. Refractan su luz sobre las piedras, como si fueran espejismos benditos. ¿Cómo explicar la enorme alegría y emoción que genera en mí estar acompañado con tan bellas personas? Honrado de poder escucharlos y  compartir su solitaria resistencia. Arrieros soñadores de costales y de luz que supieron ser señores en el campo sin final. Y cuando llegan a los pueblos aledaños a beber un aguardiente de caña, del anís de sus propias montañas, los ojos se les escapan hacia un lado del camino, porque ha nacido campesino y antes que cualquier otra cosa un Colombiano. Podría ser que, de pronto, estas letras que hoy estoy acá plasmando en el papel les lleven un poco de alivio a sus penas y tristezas. O hacer feliz a cualesquier persona que se entere que yo jamás lo olvidaré.


Me despedí en la pura madrugada de estos habitantes que a cambio de nada me ofrecieron su poco, que fue todo para mí. Que fue oro para mí. Los vientos de la mañana haciendo remolinos, levantando polvo y sangre campesina indeleble al paso del tiempo. Y me fui de allí feliz al compartir su estoica lucha, sostenida con trabajo y humildad. No con armas, sin panfletos, sin marchas sobre el asfalto ni pancartas. Se lucha al levantarse cada día a trabajar la sagrada tierra, se lucha al resistir y existir. Al producir, sin envidias hacia el otro, sin ambiciones desmedidas, sin prepotencias ridículas. Y que la memoria lo decrete siempre de esta forma. Parece que jamás alcanzara el tiempo de una vida para historiar las hermosas tradiciones de nuestro amado campo Colombiano. Yo me fui de aquel lugar, yo me salí, pero lo hice con su permiso. Quizás vivir entre el asfalto sea para mi mayor desgracia, pues la tortura de sentir el aroma de la montaña y la música del río bajando, sea la mayor de mis tristezas. Me siento bien conmigo mismo al saber que yo vengo de allí y que nunca, nunca lo olvidaré. Nunca los olvidare...

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Cantaba al remar en su canoa a ritmo firme el pescador...

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