viernes, 18 de agosto de 2017

RIO MAGDALENA (10 Y ULTIMA)




Hola a todos:

Hasta aquí publico este libro llamado "RIO MAGDALENA" Gracias a todos los que leyeron o comentaron las entradas. Si quieren leer el resto del libro se encuentra aquí:




O como siempre dando click en la caratula que se encuentra a la derecha del Blog. Nos vemos en una próxima entrada con una nueva publicación.

Muchas gracias.

STAROSTA



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LA CASA DESAPARECIDA






El hombre fue encontrado a la orilla del rio Magdalena. Estaba sin camisa, sin zapatos, el pantalón roído. No recordaba nada. No hablaba. Parecía no entender lo que le estaban diciendo. Me dijeron que tenía más de sesenta años. Que desde que había cumplido treinta y dos se había encerrado en su casa y nunca más había vuelto a salir. Las empleadas domésticas contaban que el señor una mañana se levantó como loco, salto el muro del jardín trasero de la casa y se había ido corriendo. Que ellas lo habían llamado a gritos pero él no atendió. De eso hace más de una semana.

Lo llevaron al pequeño hospital donde lo dejaron en una de las pocas camas que tenían disponibles. Yo me asomaba por la ventana y me quedaba mirándolo. Tenía los ojos muy abiertos. Ojos que no miraban a ninguna parte. Se notaba que respiraba con dificultad. Tenía la barba enredada, las arrugas muy profundas, las uñas de las manos y los pies, muy largas. Las vecinas comentaban cosas: Que estaba loco, que estaba poseído por el demonio, que estaba muy enfermo. Al otro día, muy por la mañana, llego el griterío de las vecinas, el viejo, se subió en una silla y metió la cabeza en el ventilador, no se mató, pero si se abrió la cabeza. Tuvieron que atarlo a la camilla para que le cogieran diez puntos de sutura. El viejo de repente comenzó a gritar. Gritaba como loco en esa camilla del hospital. ¡Berenice! ¡Berenice! Repetía una y otra vez sin darse respiro. Le tuvieron que inyectar un fuerte calmante para que se quedara dormido. El vigilante del hospital conto a la hora del almuerzo que era tranquilizante para caballos.  Mi interés por el asunto fue creciendo exponencialmente, hasta que al otro día, siendo ya entradas las seis de la tarde, decidí dirigirme personalmente al centro de salud para ver más de cerca al personaje. Al llegar, por suerte vi a Estercita, enfermera allí y una conocida de la familia y me reuní con ella de inmediato. Me indico que según las indagaciones realizadas, el hombre vivía en las afueras del pueblo, en un caserón enorme. Fui rápidamente hasta el lugar indicado y cuál fue mi sorpresa al ver la enorme casa reducida a cenizas. Paredes, vigas, todo, consumido por la inexorable fuerza de las llamas. Una casa enorme de dos pisos, convertida en carbón.  No contento con la verificación me metí en lo que quedaba de aquel hogar a ver que podía encontrar. Los espacios donde estaba la cocina, la sala, las habitaciones, todo fue inspeccionado por mi morbosa curiosidad, pero fue una pesquisa en vano. No había ningún rastro, ningún indicio de que pudo haber ocurrido en aquel caserón. Finalmente vi una puerta cerrada con un enorme candado, y si bien mostraba signos de la violencia del fuego, aun se sostenía en pie. Estaba en el fondo de un largo zaguán. Con la luz de la luna fue suficiente para llegar hasta allí. No encontré nada con lo que pudiera forzar el enorme candado y si la puerta estuvo cerrada, posiblemente lo que había detrás de ella aún estaba intacto, cosa que me emociono, aunque no sé muy bien el por qué. Me devolví de nuevo a mi casa con la idea de encontrar una barra, un martillo, algo con que forzar el candado, pero estando allí empezó un torrencial aguacero que me obligo a quedarme en casa. Presa de la ansiedad pase una noche muy mala, en la cual soñé con la casa desaparecida y la puerta misteriosa. Ni bien despuntaron las luces del alba me levante, tome un desayuno ligero y me dirigí de nuevo a la casa del viejo loco con un gran martillo para forzar el candado. ¡Cual fue mi decepción cuando llegue y la entrada había sido violada! No lo podía creer, allí, parado entre cenizas mojadas y frio mañanero. Con sigilo empuñe el martillo y sin hacer ruido entre a la habitación, la cual estaba seca, sin rastro de quemadura alguna. Era una habitación exquisitamente adornada, cortinas gruesas de terciopelo rojo, una cama doble con edredón fino y sabanas de seda. Cómodas enormes, cuadros pintados al óleo, sillas, pequeñas esculturas de mármol, en fin, se notaba que el viejo tenía muy buenos gustos. Al fondo de aquel cuarto vi un baúl enorme, también cerrado con candado. Me acerque emocionado, dispuesto a volar el candado con mi martillo. El cofre contenía herrajes dorados, de madera fina. Algo importante debía contener y yo tenía que saber que era. Estando a punto de cometer mi acto recibí un golpe en la cabeza. Todo se nublo y caí sin sentido al suelo.

Me desperté acostado en una de las camillas del hospital del pueblo. Hacía un calor infernal. Desde mi borrosa mirada vi un reloj en la pared que apuntaba al mediodía. Un fuerte dolor de cabeza me hizo quedarme quieto en mi lugar. Entro una enferma que celebro el hecho de ver que ya me había despertado. Pregunte qué día era. Me dijeron que era un jueves de marzo. En medio del dolor recordé que la mañana que estuve en la casa del viejo era la de un martes. Después de la revisión de los médicos y las preguntas de mis parientes, retorne a casa, confundido y maltrecho. El viernes por la mañana no me dejaron salir de mi casa, así que fue hasta el sábado que pude retornar al caserón quemado. De nuevo me confundí, pues al llegar ya ni siquiera estaban los restos de la casa quemada. Solo el lote pelado, donde se podía evidenciar donde habían clavado las vigas principales y la escalera. Era todo.

A estas alturas en mi cabeza solo emanaban preguntas sin respuesta lógica aparente. Decidí buscar las casas vecinas. Necesitaba más información. Pero ninguna persona quiso dar información respecto al vecino loco que había sido encontrado en la orilla del rio.

“Esa casa siempre estuvo como abandonada. Sabíamos que alguien vivía allí pero nunca supimos quién. Las empleadas del servicio eran las únicas que entraban y salían, pero jamás indagamos nada con ellas” Era en resumen la respuesta que los vecinos de las casas aledañas daban sobre el extraño propietario del caserón. Pregunte por el incendio pero tampoco hubo respuestas claras. Decían que a la medianoche vieron un resplandor por las ventanas y cuándo se asomaron ya la casa estaba devorada por las llamas. Era todo.

Al día siguiente, fui directo a la comisaria del pueblo a comentar lo que había investigado hasta el momento respecto a tan particular historia. Los policías en un momento se pusieron como molestos al ver que yo había estado viendo y preguntando cosas. Me dijeron que eso no era asunto mío y que me fuera para la casa. Yo insistía en que se debía averiguar el tema más a fondo y fue cuando las cosas se salieron de control. Termine discutiendo con ellos y me encerraron veinticuatro horas en el calabozo por alterar la tranquilidad del pueblo. Mi familia termino también molesta conmigo y me dijeron que dejara las cosas así. Pero yo terco como una mula, deje pasar unos días y de nuevo me fui hasta el hospital a buscar al viejo. Una vez más las sorpresas no se hicieron esperar: Me dijeron que haya no había registro alguno de la persona que yo preguntaba. Busque a Estercita pero no la pude ubicar en ninguna parte.

Derrotado en mi ánimo me senté en una de las bancas del parque principal a fumarme un cigarrillo. Estaba ante una situación por demás extraña y no sabía que más hacer. Las nubes se tornaron grises y empezó a lloviznar. Me puse de pie buscando abrigo de la lluvia cuando de repente vi al viejo cruzando la calle opuesta. Mi ánimo se exalto y decidí perseguirlo disimuladamente, pero al dar vuelta en una esquina lo perdí totalmente de vista. Inmediatamente tome rumbo al sitio donde se había quemado el caserón para ver si de pronto lo encontraba por esos lados. Fue cuando descubrí, absurdamente, ¡Que la casa estaba en pie! No lo podía creer. ¿Qué era lo que pasaba? Fui hasta la puerta, golpee decididamente el picaporte. Alguien abrió. Era yo. Me desmaye.


Desperté en una cama de hospital, conectado a toda clase de tubos y sondas. Estaba solo. Era medianoche. Como pude me quite todos los artefactos médicos y me fui hasta el baño. Al verme al espejo vi la imagen del viejo que tantas veces había intentado buscar. Una enfermera me encontró, me llevo de nuevo a la cama, llamo a la familia, al consejo médico, me hicieron toda clase de revisiones, yo no reconocía casi a nadie, no entendía lo que pasaba. Un mes después me dieron de alta y me llevaron a un lugar que no reconocí. Un apartamento moderno. Me contaron la historia: Llevaba casi diez años en coma. Había enviudado, sufrí de alcoholismo y una noche, borracho, descubrí que mi casa se quemaba. Me fui hasta el rio con un balde, me metí mucho en él y la corriente estaba brava, me golpee la cabeza con una enorme roca y me encontraron inconsciente en la orilla en el pueblo vecino. Pasaron casi diez años para despertar. Pregunte por mi casa. Me dijeron que ya no existía. Resulta que tenía todo mi dinero en un cofre que nunca apareció. Nadie supo por que se inició el incendio. Nunca volví a ver mi hogar. Ahora vivo en un asilo de ancianos en el que mis hijos me dejaron. 



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Cantaba al remar en su canoa a ritmo firme el pescador...