viernes, 30 de junio de 2017

RIO MAGDALENA (5)




POR LAS CALLES DEL CENTRO







En las sucias y malolientes calles del centro muchos pierden sus días, no tienen ningún lugar adonde escapar. El fuerte deseo a lo ilusorio se refracta en las grasosas vitrinas de un ilegal centro comercial. La idiosincrasia popular se percibe en tumultos sudorosos y en las largas filas de gente que transita buscando sobrevivir y no pensar. La historia fría de un palacio de justicia manchado de injusticias, sigue ocultando la verdad. Insatisfechos, rebeldes, renegados que se odian a sí mismos, no saben de amor ni de piedad. Solo buscan placer en las mujeres de vida alegre para alimentar su morbo y masturbarse en soledad. Ellas también trabajan mostrándose inocentes, son trafugas de la justicia y del amar, sobreviven solo pensando en el dinero, son adictas a la noche, quieren ilusión pero sin esforzarse de más. Yo sólo escribo lo que observo, no es algo que este inventando o sea irreal. Todo lo que digo trascurre mientras observo lo cotidiano del momento en las calles del centro.


Cae furiosa la tarde y el picante sol quiebra y derrite el asfalto y hace efervescente todo el alquitrán. La basura florece por bolsas negras rotas y los fermentos nauseabundos de sus jugos empalagan el ambiente y dificultan mi pensar. Escondido en las esquinas está el miedo, que mata y hace matar, envuelto en escondidas apetencias de oscura naturaleza. En un andén un policía está peleando con su novia, la cual nunca le ha sido fiel, pues gusta mucho de los uniformes oficiales y él lo sabe. Bajo los puentes y en el paso de las plazas y los parques los mendigos se revuelcan, muy pocos los quieren mirar. La absorbente horda humana que desciende de los buses articulados, desesperada y alocada, intoxica mi cabeza, yo solo quiero esquivarlos como sea, y no volver nunca jamás. La soledad es la que me incita a escapar, el mundo de hoy es un mundo ciego en el cual nadie ve, yo voy caminando por las calles repletas de gente que vive envuelta en tecnología y televisión, aman tanto estas dos cosas que son casi su Dios. De las tabernas y los antros el olor del licor se escapa y me marea, hombre echados a perder por la falsa sensación de seguridad que brinda el alcohol, gritan obscenidades a las mujeres que pasan y se amacizan con putas gordas y baratas que les prometen un cariño de corta duración. Revendedores de toda clase de chucherías ordinarias y piratería legal invaden cada espacio por donde se puede transitar y tratan de convencerme que eso que ellos tienen es lo que yo necesito, yo solo los miro y sigo mi andar mientras el bullicio no cesa jamás. Adoradores de cristos y otras tantas santerías se acumulan entre panfletos y puestos repletos de mercancía sagrada que atrae suerte y prosperidad. Enfermos falsos de llagas artesanales piden monedas y buscan lastima y caridad frente a las enormes puertas de las iglesias que custodian valores que no pueden darse el lujo de ejercer, mientras pecadores falsamente perdonados se arrodillan frente a sus santos de madera. Los proxenetas se acumulan y andan pendientes de sus hembras y del otro mercado, donde la droga pasa de manos con agilidad y de vuelta traen más billetes que adornan la decadencia y la ignorancia del lugar. Todo esto es cotidiano en las calles del centro, donde todos marchan envueltos en la excitación y el miedo que produce el saber que mil ladrones están al acecho de los que tus bolsillos puedan llevar. El centro lo tiene todo y a la vez, no tiene nada. El punto donde todo confluye, donde el triste desencuentro con la verdad se convierte en un carnaval grotesco, pero a la vez, el único sitio en donde todo, por alguna extraña razón, es mucho más real…


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Cantaba al remar en su canoa a ritmo firme el pescador...

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