viernes, 30 de abril de 2010

IMELDA (7)



Empezamos a salir los fines de semana y ella se convirtió en una puerta abierta por donde dejarme ir. Era como ir en bajada. Era como el juego del remolino que se lleva todo lo que aparece en su camino. Yo, un jardinero de manos callosas y rostro sin afeitar, salía con la diosa que se evaporaba solo en mis sueños, porque si señores, yo era un soñador. ¿Y por que? Porque deje mi alma en venta muchos años, hasta que las rayas de coca me dejaron casi al otro lado, pero yo cruce el túnel a nado y esa luz me dijo: “Estas aguas son peligrosas” Y me mandaron de nuevo al estrecho rio del vivir, y aprendí el oficio de podar y podar. Por hay fue donde empecé a soñar. Imelda me confeso una tarde soleada en la tercera cerveza que una vez estuvo embarazada, ella estaba encantada, pero que perdió al chico por ser un embarazo ectópico. Ella vivía con el que le habia hecho daño hace algunos años y yo me imagine que hubiese pasado si ella hubiese dado a luz. Pensamiento ilógico, pero tal vez de haber sido así no estaría conmigo en ese momento y en mi egoísmo interno, me sentí yo feliz, me santigüe con una cruz y me empeñe en estar con ella. Mas tarde, ese mismo día, nos estábamos besando y yo me condene como un tonto sin remedio. Ella beso mis ojos y me dijo que me enviaría a casa con los ojos más hermosos del universo. Desde ese día mi mirada esta como iluminada y pocas veces he podido verme a través del sucio espejo de mi baño, sin eclipsarme con mi reflejo.

Imelda a su vez, llevaba siempre una mirada calida y una sonrisa tenuemente dibujada en su blanco rostro. Yo la observaba de lejos desde el jardín, con mi overol de trabajo puesto. Ella estaba adentro en las aulas de clase, aprendiendo lo que una mujer no necesita aprender, pues siempre serán excelentes actrices. A menudo yo veía en aquella escuela de actuación, jóvenes con convicción de querer interpretar personajes sin parar, pero Imelda siempre se hacia notar en cualquier parte. Yo me dedicaba a mi jardín con una excesiva dedicación que rayaba con la obsesión y el delirio. Cultivaba yo las mejores rosas y lo hacia porque cada vez que las regaba pensaba en ella. Imelda una mañana se acerco y me dijo que las rosas estaban muy lindas y yo de inmediato desperté de no haber visto nunca nada en mi vida y ella, bajo el rayo de sol alumbraba como una visión. Yo desenvaine mi navaja y corte la más hermosa y se la regale. Ella me miro y sonrió encantada mientras daba la vuelta y volvía a sus clases. Yo a partir de allí, cultive cada tajo de mi jardín con precisión y celeridad, poniendo especial cuidado en las rosas que daban al ventanal por donde yo espiaba a Imelda, para que ella las viera y se acordara tal vez de mí.

Ella en esa época salía con un malandrín, que se decía a si mismo profesor. Varias veces la vi, entrar al sucio baño del instituto, donde se encerraba a llorar y a no querer salir y todo por culpa de aquel infeliz, que para demás, era un hombre ya casado, que le dijo que con su esposa ya no vivía, pero era mentira, ella se entero, y de nuevo su amor se hubo desencantado. Escribí un día yo, una tontería en un papel, porque yo soy así. Yo no tengo cura. Le entregue esa pequeña misiva frontal, a ver que tal, y ella me respondió con una mirada fina y luego me pregunto en que pensaba yo cuando escribía. Yo no supe contestar y el resto ya es historia…

Ella. Siempre amada. Llevaba esas botas largas, que para mi eran tan sensuales como un encaje ceñido de bragas. Yo tome mas apuntes para no olvidar. Me dieron ganas de llorar por lo que yo mismo hacia y el amor me inundo. El destino nos junto y yo deseaba vivir tranquilo. Una noche espectacular, pude ver por fin sus botas debajo de mi cama y me tome todo el tiempo del mundo para hacerla sudar. Sudar agua bendita, desde los pies hasta su pelo. Fue lo mejor para mi, lo peor y no se olvidar ninguna de las dos cosas. Tenía esa mirada afilada que cortaba mi pensamiento y bebía alcohol en desenfreno, mejor que yo. Ella lo hacia con elegancia. Yo con ansias. Me quite las agallas por ella y ahora soy un cobarde. La herida abierta todavía arde, y no me importa. Ella tambien me escribía cosas preciosas y yo me imaginaba su cuerpo entreteniendo mi cuerpo. Después de la imaginación, iba a la práctica. A nuestra privada partición. Depravación y terminación del acto sagrado de dormir a su lado. Parece ser que por ella yo perdí la inocencia de no saber que se hace por la ignorancia, ahora todo será más complicado. Ella, la Imelda extraña que siempre sabia como hacer las cosas, me llevo una noche por el medio del altamar de la luna y se quedo parada. Mirándome de frente, luego me beso y caminamos así, desenfrenados por el cuero de la vía Láctea, hasta la mañana. Yo ahora no puedo dormir, sufro de insomnio, cuando todos están dormidos, y recuerdo los planetas por los que anduve, prendido de la falda de mi Imelda.

Ella siempre tenía la razón en todo lo que me decía. Yo me reventaba de ira y después me mecía encantado de estar con ella. Empecé a escribirle estas cartas que me llenaron hace años la maleta y ahora van dejando un rastro de sangre, de miedo y sangre por donde la ruta me aleja. Estoy sentado en un bus enorme sin conocer a nadie, pero todos me miran curiosos de mis gafas oscuras y mi cabello enredado de recibir tanta luz. Metí la mano morboso y saque una carta entre muchas y me encontré con una marcada con una seña particular y la leí despavorido mientras me movía en la carretera a un pueblo extraño, a ver si allí encontraría a Imelda. Y sin saber que me iba a encontrar…


CARTA DE CUMPLEAÑOS

Para Imelda, en su cumpleaños:

Hola querida, hoy estas cumpliendo un año mas de vida, y yo, un pobre suicida, te digo que sin ti yo no soy nada. Ya vacié mi amor en esa copa por la herida, y el eclipse lunar me hizo caer al suelo. Tengo puesto en el rostro un velo, y en el bolsillo te llevo un caramelo, que se va a derretir de tanto mentir en la promesa de que hoy te veré, pero no es cierto. Yo se que soy el problema, pero tu, mi nena, no estas conmigo y me agarro el desenfreno de querer abrazarte y el remordimiento lascivo, de no hacerlo cuando te tuve enfrente. La última vez que nos miramos fue tan cruel, que creo que por eso me convertí en hiel, y los teléfonos se me perdieron en la agenda de prometer: “Ya no nos veremos”

Recién acabas de cumplir un año más, y yo ya no puedo más. No se puede parar el corazón cuando esta a un paso de la explosión. ¿Tú me dejaste? O yo te deje ir… ¿Es una insolación o solo el fin? Todo lo tuyo ahora me hace mal. Me esta doliendo la cabeza y me enceguece la soledad. Yo, de verdad, soy un prisionero de tu ausencia, y puedo decir, que en esencia, no soy nada. Se que debo volverme un poco mas duro, pero tu recuerdo me esta ahorcando. Mis días se me van acabando, se están amargando, y no puedo cambiar ¿Y que? A mis ojos se les ve desde lejos que han llorado. ¿Cómo hacer para no seguir arrodillado? Solo quiero decirte, Imelda de mi alma, que en verdad a tu lado, fui feliz. Con tanta cama para mi solo, yo no puedo. Con tanta casa vacía, yo no quiero. No desee perderte. Pero estoy perdido yo. No tú. Soy yo. Solo yo. Me queda una profecía en la piel, y es la misma de tu tatuaje atrapasueños en la espalda, tú te vas volando y yo ya no soy yo. No soy el. No soy tu. No soy ni mierda. Sin ti, no soy ni mierda. Me parece ver en un cuaderno una ecuación en la que todo apunta al menos. Es muy duro perder. Es muy feo el no vernos. Esto será mi fin…

¿Por qué diablos ya no estas aquí?


PD: Solamente queda, si no te molesta, devolverte hasta mis pasos y acabar de una vez conmigo…

CONTINUARA...