viernes, 17 de febrero de 2017

DORIAN (3)




III

Enterrado en un vacío ciego me levante esta mañana más cansado que ayer. Soñé contigo. Tuve una pesadilla en la que tú estabas  muerta a la orilla de un río. Recuerdo que en mi terrible sueño me desperté a las tres de la madrugada. Descubrí que en realidad me levantaba del suelo de mi habitación y no sé por qué recordé que yo llevaba dos días tirado en el piso y había alguien más tirado al lado mío. La atmósfera del cuarto era extraña. Parecía que todo estaba como sumergido bajo el agua. Era un azul pero raro. Como que todo lo metalizaba. Yo no podía ver más allá de aquel cuarto. Las ventanas no daban a  ningún lugar. Entonces vi como ese alguien empezó a moverse intentando levantarse del suelo. Sus manos estaban temblorosas, sus piernas, su cabeza, todo en aquel hombre estaba tembloroso. Ágilmente se pone de pie y me tapa la boca con esas manos grises para evitar un grito mío. Pasan los instantes y esta situación continua  y empiezo a desesperarme. Quiero moverme, o despertarme, pero la escena es estática, nada ni nadie se mueve en aquella habitación de paredes cromadas. Intento pensar para poder moverme más lento. Entonces me libero de esas manos y las tomo con fuerza. Pero una fuerza sobrenatural, como todo lo que ocurre en los sueños. Siento los huesos de sus dedos crujir y quebrarse ante mi dominante fuerza, y entonces salgo disparado hacia la pared. El ente ha desaparecido. Estoy solo en el cuarto azul. Pero ya no es mi cuarto. No reconozco donde estoy. Intento en vano buscar la puerta pero no la encuentro. Parpadeo y aparezco afuera de aquella habitación. Empiezo a avanzar por un larguísimo corredor de piso ajedrezado y paredes blancas, pero nunca llego al final. Deseo detenerme pero avanzo en contra de mi voluntad. Si tan sólo fuera aquí el lugar adonde voy, si esto fuera real, pero entonces tomo conciencia que estoy en un sueño y deseo despertarme, pero no puedo. Sé que tengo que abrir los ojos. Pero es justo cuando pasa algo más bizarro aun: Me prendo fuego con una vela encendía que esta al final del pasillo. Empiezo a arder pero no siento dolor, solo percibo las dentelladas de luz en las paredes y yo sigo caminando. Por curiosidad acaricio las llamas y descubro que son tan suaves que hasta parece que fuera piel, es suave, cálida, familiar. Escucho aullar tu voz, resuena a través de los gruesos postes, las paredes, todo el lugar. Me ensordece, me hace postrarme de rodillas. Corro enloquecido y atravieso la enorme puerta. Afuera está lloviendo. Empiezo a sentir como mi ardor se apaga. Veo gente extraña a mí alrededor. Todos se detienen de un momento a otro y se dan vuelta. Se quedan observándome y me hacen una señal para que guarde silencio. Entonces me quedo rígido y estas personas se acuestan en el suelo y se quedan profundamente dormidos. Parece que se hicieran los muertos realmente. En un instante recordé todo. Y al instante lo olvide todo de nuevo. Es justo cuando algo dentro de mí me dice cómo se siente ser nuevo. Y esa voz empieza a multiplicarse en todo aquel lugar, esa voz ingresa por aquel pasillo de pisos ajedrezados, retumba como una caverna infinita, son mil voces murmurando que es verdad. Entonces intento prestar atención y descubro que cada una de esas voces en realidad es tu voz, que me susurra ahora al oído. Es cuando me despierto y quedo sentado en el borde mismo de mi cama. Y estoy solo. Y el frío envuelve mi cuerpo…

Me levante en la mañana con más incertidumbres que certezas, buscando torpemente la lata de café en la alacena. Al tomarla note que uno de mis dedos estaba cubierto por una escama extraña y no podía moverlo. No le preste mayor atención y continúe mi día, hundido en mis amargos pesares, asfixiado por la soledad y la falta de amor y cuidado en mi vida. Hay un aire enrarecido en mi casa, lo percibo con cada respiración, puedo sentir el tiempo pasando a través de mí como agujas de un reloj lleno de crueldad. Encendí la televisión y empecé a pasar canales indiscriminadamente sin fijarme en nada en particular. La escama en mi dedo continuaba creciendo y me dirigí al baño a lavarlo con agua del grifo. Tome una barra de jabón e intente en vano retirarla, pero no caía. Termine de lavarlo, me seque la mano con cuidado y me senté junto a la ventana a observar los autos y a la gente pasar. Transeúntes tan rígidos como los juguetes que se mueven como si estuvieran balanceándose,  así como los árboles que se mecen por efecto del viento. A pesar de ver a ese grupo de personas, recordé cuando ella me hablaba sobre el mundo vacío, de gente que camina sin ideas, sin sueños, sin esperanza. Personas con los ojos vidriosos, silenciosos, como hombres grises capturadores de tiempo. Caminan como si fueran un ejército, haciendo todo lo posible por ser intrascendentes, buscando todos los caminos para que sus vidas estén mal. Yo soy uno de ellos. Un soldado desertor, un corazón delator enterrado bajo el suelo. Vanidoso de estar combatiendo en la guerra de este mundo vacío. Si sólo pudiera decir “No me interesa” y no sentirme tan contagiado y espantado. Si sólo mis ojos se cerraran...

Siento que vivo en una cima, un lugar donde nadie va. Todos los días me quedo aquí, sin salir, postrado y cansado. Sintiendo que todo lo que necesito es estar contigo, suplicando por tu regreso, como todos los demás lo hacen. Todos siempre vuelven, excepto tú. ¡Por favor regresa! Por favor regresen todos. No importa en qué forma lo hagan, así sea con los ojos como las aves emponzoñadas. Necesito sentir la mirada de alguien sobre mí, para no sentirme tan aislado. En mi cabeza crecen las dudas con un tono gris de tristeza, mi ánimo se aplasta, el reloj sigue girando sin hablar, vivo engullido por las formas fantasmales de la vida que se escurre en redes de polvo. Mi edad arruina mi esperanza y solo puedo lamentarme y esconderme.

El tiempo de mi vida se ha vuelto traicionero…


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Siempre Estaré Aquí...