viernes, 26 de octubre de 2012

LA VIRGEN DEL CARMEN ELECTROACUSTICA (1)










Y bueno........

Aqui de nuevo, en la voragine del mundo blogger...En estas entradas, estare mostrando mi nuevo libro LA VIRGEN DEL CARMEN ELECTROACUSICA. Un libro que en realidad estaba desde hace mucho por ahi dando vueltas, y bueno, ya es hora de compilarlo, terminarlo y mostrarlo.

Quiero agardecer a Olto Jimenez por el enorme sustento intelectual en la primera etapa de este libro.

Gracias

STAROSTA


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NARVAEZ

Los hombres estaban cruzando aquellos montes en silencio. Eran las cuatro de la tarde y el cielo alumbraba en verde Sol mayor. Su líder adelante, machete doopler en mano, rompía la maleza con toda energía. Con todo fervor revolucionario, como una expiación. Tenía unas ideas clavadas en su mente como las tachuelas del calzado que antes manufacturaba en su fábrica. Primero zapatos formales. Luego botas resistentes, para cruzar la ruta de la libertad. Cordones desatados, al igual que sus espíritus, desteñidos por la injusticia. Suenan músicas de fondo. Van pisando sombras y viejos robles del camino. Y todos ellos en sus mentes se preguntan: ¿Qué va a suceder?...

Y así pasó Pedro Narváez. Su lucha fue como una ola estrellando el océano. Dejó sus huellas en el fango, plasmo su voz en esas mentes y apresuro la revolución que vendría después. Señalo con dedo humilde y calloso la maquinaria política y lo poco igualitario del mundo en que vivieron. Y esos eran tiempos nuevos. Era la inresurreccion.  Y el vértigo de esas firmes  alturas frente a un mar de atropellos, sirvió de impulso también.  ¿Quién dijo que no saltaría al vacío? Muchos lo acompañaron, pero solo se reconocen esas pisadas en los caminos que ahora están llenos de espejismos.

No sabemos si existió duda en su decisión. Si el temor de encontrar la muerte le hiciera revolverse el cerebro con un binocular de dudas pertinentes, pero inútiles, porque ya eran decisiones tomadas. Las ideas fueron suficientes para continuar entre nebulosas, para mostrarse y esconderse hasta de su propia identidad. Sus exigencias nobles los protegieron como escudos de oro, en el mas acá, y si, en el mas allá también.  Solo sabemos que de los veinticinco de Narváez alguno tendría la misión de viajar muy lejos. Alguno tendría que volver, para no olvidar.

El viajero se levantó cuidadosamente. Lentamente emergió su cuerpo de la tierra. Un cuerpo desnudo, Cubierto de décadas de olvido, pero curiosamente,  un poco más joven. En su cuello aun estaba el escapulario de la virgen roja, el mismo que los otros veinticuatro juraron llevar hasta el final. Todo él volvió de aquel pasado.  Deja vú de luz.

- ¡Virgen del Carmen Electroacústica! - Grito el viejo campesino mientras soltaba el azadón y me ayudaba a levantar al extraño- Sabia que este momento llegaría algún día, pero es que uno a esta edad no esta para estas sorpresas. – dijo mientras él se terminaba de despertar de sesenta años de sueño intranquilo.

A mis preguntas presurosas, el viejo empezó a contármelo todo. Paso un silencio lleno de ruido. Ruido blanco. Ruido de magia.

- Pues si joven, eso le cuento- Continuo después de un rato - Mi papa estuvo con ellos. El era uno de los veinticinco de Narváez. Trabajó en esa fábrica de zapatos hasta que se alzaron.

Y a mi pregunta morbosa del “¿Que paso después?” Me contesto:

- No se pudo hacer mucho, joven...- Una respuesta silenciosa, un comentario extraviado, acerca de algo de lo que nadie recordaba, algo que al parecer, jamás había existido.

- Ellos enviaron una carta al congreso, firmada por casi todos. Don Pedro no la firmo. Pero porque fue él quien la escribió, segurito. ¿Usted cree que esa persona tan importante no firmaría? Él ya estaba listico. Él sabia de esas cosas. Mi papá le tenía mucha devoción al hombre. Por eso lo siguió hasta lo último… Pero tómese el tintico joven, que se le va a enfriar. Saboréelo porque es de acá de la finquita, hecho con pepitas milagrosas de arábigo, unos palitos que mi papá no quiso tumbar. El siempre tan terco con sus cosas. – Se volteo hacia el extraño y le pregunto: - ¿Lo conoció usted?

El viejo campesino bajo la mirada, arrepentido, ante los ojos extraviados y sin respuesta del viajero.      Sintió que al preguntar, se había excedido demasiado. El sabía bien su condición miserable. Sabía bien que no debía levantar la cabeza. Volvió a agacharla. Jugo con las hilachas roídas de su viejo poncho. Escupió flemas a la tierra.  Encendió un cigarrillo y continúo:

- Esa carta la habían enviado a ver si el gobierno le daba más oportunidad a las fábricas de aquí y no a las de otros países…pero que va…eso no sirvió de nada. Por eso es que vamos como vamos….de culo…por eso finalmente se fueron a las malas. A echar bala. Don Pedro decía que eso no había más opción. - Y alargo un trago largo de su taza, desorejada y amarillenta, como si estuviera saciando su sed verdadera.

Apuré otro tanto y mi mirada se paseo por aquel sitio. Estábamos cerca a la enramada de la finca. Enramada infinita, que albergaba hojas que ya no son del viento. Un tanque apuntalado de mosquitos, guardianes indelebles del café, mojado aún, que estaba al fondo del tanque. No mucho en realidad, ni una carga completa. Pero era algo. Ahora son como piedrecillas de oro al fondo del rio. Una vieja maquina descerezadora, chirriante y endeble, prueba de un paisajismo industrial que se quedo clavado en los años treinta, como un cuadro sin tiempo ni espacio, que me irrita las corneas. Es como una esfinge oxidada del paso de una edad adornada de piñones que imploto sin duda por estos lugares. Es como una huella digital del absurdo triunfo del desarrollo. Cacorros rotos y remendados, tirados en singular desorden, como si el efecto domino los reagrupara, de alguna forma. Un perro viejo y mugriento, si cabe la observación, igual a su dueño, lamiendo una batea con unas estalagmitas de no sé que, que no me atrevo a analizar mas a fondo, por puro pudor. Una lona húmeda y manchada, tirada en un rincón, para mí, sin lugar a dudas, la bandera más elocuente de esta tierra cafetera. Debería estar en un asta, y si algún día llega a estar izada, yo la saludare.

- Don Pedro iba de finca en finca, cuadrando todo para la revuelta – Dijo el viejo mientras el viajero se frotaba sus sucios pies con un estropajo húmedo - Como ya lo habían declarado un revoltoso, y hasta habían dado orden de bajárselo si lo veían, el se cuidaba mucho. Escondidos entre las sombras de los cafetales, bordeando canjelones, arrastrándose boca abajo, cual culebras. Eso él sabia que se había metido en otros cuentos, pero siempre se sostuvo en las ideas. Leía libros de gente del extranjero….Ese señor leía en otros idiomas….Muy inteligente. Pero eso ya usted lo sabe, ¿cierto?

Bajó más su voz y en ese tono de confidencialidad me dijo: - En cambio los de ahora lo hacen por plata. El pueblo no les importa un carajo…eso ahora los muchachos piensan así…las ideas cambiaron mucho - Y se quedó callado de repente. Se levantó del taburete e hizo una inspección rápida, un micro periplo, como si alguien pudiera estar escuchándonos, luego entro de nuevo al trapiche, se sentó al lado del viajero y le susurro al oído: - Ellos vienen por acá a pedir dizque vacuna. Nos mataron unas gallinitas y se me tomaron un guarapo que tenia debajo del mesón de la cocina…dieron las gracias y se fueron…por aquí eso nunca cambiara…siempre se repite la misma historia…- Luego me miro y dijo: - Eso mejor no hablemos más de eso, evitemos problemas mijo…

De repente el viajero se desvaneció bajo la marea del sol. El viejo campesino se acerco tomándolo en sus brazos y juntos lo acomodamos, con cuidado, en el agujero de donde había regresado haces unas horas. Él se arrancó el escapulario del cuello y en un último aliento me lo puso en mi mano diestra. Me la cerró con fuerza. Y mientras el campesino volvía a dejar la tierra en su lugar, comencé a ver a uno grupo de personas caminar en visos lejanos.

Los veinticinco emanaban desde la propia inmensidad del monte sembrado de café. Se les veía cansados, luego de haber pasado por horas difíciles, haciéndose paso por el enmarañado monte. Brotaban de la tierra banderas rotas de guerra. Llegaba hasta mí un olor a vidrio quemado. Solo faltaban unos minutos para que llegaran al viejo campo de batalla. Lugar oscuro de reflexiones accidentadas de donde ellos solo salían, en forma de recuerdos.


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EL MUERTO  CONFIABA EN SU GENTE Y EN CALAVERA........