viernes, 28 de mayo de 2010

IMELDA (10)



Imelda estaba sentada contemplando el mar. Sabía que ella no era una mujer de compromisos a largo plazo. Se quería estabilizar, pero no le gustaban los lazos. Después de su primera experiencia viviendo con un hombre y después de su huida amarga, solo quería tener vida larga, pelar el cobre sin vergüenza y decir: “Por siempre, jamás” Acordes de guitarra sutiles se colaban entre el viento y merodeaban su oreja y ella dejo de ser tan pendeja y se lanzo al verde azul marino. No habia duda. Imelda era feliz.

“Quiero aprender a soñar” Decía mientras se sumergía imprecisa en el agua salada. No pasaba nada. Estaba bien. Estaba tranquila. Se tomo un tequila en el barcito de mimbre y se dejo llevar. De repente empezó a sonar su teléfono celular. Era su mama, que la quería saludar. Ella la escucho sin escuchar. Ese momento era suyo y de nadie mas. El barman preparo un cóctel de ceviche y ella en un fetiche se adorno la muñeca con una manilla de pepas amarillas que le quedaba hermosa. El tipo se acerco y algo al oído le susurro. Imelda sonrió y los dos se quedaron conversando en la arena hasta la madrugada. Ella no estaba cansada y el tipo le hizo el amor. Mejor que nadie en toda su vida. Mejor que el silencio. El amor.

Ella volvió de esas vacaciones encandelillada con el tipo aquel, barman y chef, que le preparaba guisos a su alma y bebidas a su corazón. Ella sentía esa empatia, pero el sentimiento iba a tracción, pero se dejaba amar. El hombre estaba encantado, era un buen tipo, tenia dinero empotrado en el bolsillo del pantalón. Mirada calmada, se notaba que casi nunca decía nada, pero los actos lo convertían en todo un campeón. El quería aprender a ladrar, se quería hacer notar y de esa manera se traslado poco a poco hasta este país, aquí se quedo a vivir y como muchos otros, se postro a los pies de Imelda.

- Como me gustan los mariscos. – Decía ella mientras almorzaban en su casa un mediodía de cualquier día de Mayo.
- Tú me gustas más
- Mentiroso
- Es cierto
- ¿Cuanto?
- Me gustas más que mi propia vida. – Contesto el trascendentalmente.

Ella sonrió como siempre: Abriendo sus grandes y hermosos ojos negros mientras ponía esa cara de incredulidad que la convertían en la mujer mas sexy del mundo cuando lo hacia. No es mentira. Es una realidad. Ella empezó una relación formal. Asistía todas las mañanas a sus clases de actuación, hacia extras ridículos para la televisión y disfrutaba apostando duro en la ruleta rusa de la vida. Ella y sus momentos suicidas nocturnos, cuando iba dejando todas esas miradas varoniles desperdigadas por donde pasaba mirando a ningún lado, pero con afectación. Esa sensación de que ya todo se habia escrito, los hacia sentir proscritos por Imelda y tenían toda la razón.

Pasaban los días y ella finalmente accedió con prisa al varón, prefirió no seguir a los cerdos como yo, y le gusto su camisa de algodón, de alta sociedad, que le quedaba bien al tipo chef de verdad, que viajaba en un avión de aquí para allá, una tarjeta de crédito que llenaría cualquier agujero, y una madrugada, con una serenata mexicana, y con Imelda en pijama, le propuso un compromiso formal, y ella accedió, y mi dolor vino como un presentimiento lejano a ladrarme al lado y como siempre, mi ideal fue ese sentimiento de darle al cachorrito de mi pena de comer, con mi mente adolorida y mi falta de atención, enganchado con todo lo que me duele hasta la medula, empeñe hasta la cedula, para poder comer y beber, pues trabajaba poco por estar pensando en Imelda, el jardín se vino abajo y mi jefe me dijo que yo no era ya de fiar, yo le propuse confiar, pero la suerte estaba echada. Una noche me fui de bruces en la city, con todo el vodka que encontré en el supermercado, me quede en la vía publica embriagado y no fui al otro día a trabajar, y me iba a pesar, como todo lo que ya me pesa en el lastre de mi maravillosa vida perturbada de tribulaciones masturbantes de dolores que se encallan todos en el alma y me llegan bien hasta el fondo transeúnte asesino de ilusiones y lesionante del corazón, cada día, en cada puesta del sol. La metralla de mis pensamientos dio en el blanco y me rozo la mejilla de mi yo interno, enemigo eterno, que se me borro a partir de ese momento. Y cada vez más solo, se me va quedando más vacio el pecho. Lo hecho esta hecho y el final se dio a conocer a partir de ese momento en el horizonte de mi destino perdido. Dormido. Partido. Caído. Molido. Sufrido. Hundido. Destruido.

CONTINUARA...