viernes, 3 de febrero de 2017

DORIAN










Hola a todos:

Retomando actividades quiero iniciar este año compartiendo con ustedes, humildemente, claro esta, mi nuevo libro, titulado DORIAN. Un intento mas de escritura. Muchas gracias.

STAROSTA.


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DORIAN


I

El sol se eleva lentamente en otro día cubierto de nubes lejanas. Bailan conmigo los insectos, las sombras y las soledades que no me pertenecen. Mis huesos todo lo resisten sin sentir el dolor, quizás me impuse sobre ellos oponiéndome a cualquier tipo de reclamo. El cielo detrás de las montañas crece frío, se avecina el invierno, el horizonte se refracta  en colores y formas de agua. Todo queda empapado de esa tonalidad gris que todo lo deforma. Algo me mantiene embelesado, el sentimiento del vacío en mí, la interminable marcha del dolor, el abandono, la desasociación. La habitación interna, enorme, de paredes como de hierro que me asfixia, me condena, me mata lentamente como una eutanasia que jamás termina. Yo miro hacia la ventana esperando que el día se vaya, que la lluvia no termine, que el silencio no sea roto por ninguna palabra, por ningún susurro, por ningún lamento. Cierro los ojos, me muevo lentamente entre las penas que me ahogan. Y me pierdo mientras floto en el vacío de mis ausencias, mi cabeza cae y las paredes se derrumban, quedo gélido por un segundo, recuerdo una melodía sin final, un sentimiento de una asonancia, después todo se va para siempre. Y quedo solo otra vez, como siempre fue. En la ladera de la muerte una sola nota resuena incesante y derriban las esculturas de piedra de los siglos, el pensamiento humano, la trascendencia. El universo disloca materia y nada vuelve a ser como fue. El pasado no existe, ya paso, el futuro no existe, aun no se ha creado y el presente se pierde en recuerdos del uno y anhelos inútiles del otro. Yo debería cantar más, pero la melodía se hace inútil en orejas llenas de sordera. Las mías, las del mundo entero, la fragilidad, la banalidad, todo desborona el tiempo, nuestra presencia, el cuervo en el dintel de la puerta. O no sé, quizás he perdido mi toque o tal vez olvide mi estilo, o todo tipo de cosas me han ocurrido y ya no veo nada. El encierro y el aislamiento generan en mí la manía de la tristeza. Algunos días son mejores que otros…

Llevo ya tres días encerrado en esta habitación y no quiero salir. El teléfono aun suena y no me animo a descolgarlo. Supongo que algunos familiares, amigos y gente del trabajo me están llamando para saber algo de mí. Simplemente me desperté y ya no quiero salir más de mi cuarto. Seguramente a causa de las ventanas de vidrio grueso y las cortinas corridas no se nota desde fuera que sigo aquí encerrado, vivo solo y está bien dejarme morir acá. Hay gente que ha vendido a buscarme, he escuchado que golpean a la puerta, insisten un poco y se marchan nuevamente. Para evitar que den aviso a la policía y lleguen a allanar mi apartamento se me ocurrió postear en mi red social que me iba a un retiro espiritual. Espero con eso darme un tiempo para cometer mi plan, cobardemente pensado para poder dejarme morir solo y abandonado.

Cae impertinente la noche y sigo decidido terminante a quedarme en la casa, no me he vuelto a bañar y la comida en mi nevera y en la despensa escasea. Estaba lloviendo torrencialmente, pero de un momento a otro la lluvia se detuvo. Tengo ganas de fumar pero los cigarrillos se me han terminado, al igual que las cervezas y el vino barato. Llevado por la sensación de júbilo que siempre significo en mí el salir a caminar después de la lluvia me he puesto un pantalón y un viejo saco. Estoy decidió a salir pero el desgano puede más, entonces me he sentado en el sofá con las luces apagadas, en total silencio, dispuesto a no ceder a mis impulsos y terminar dormido. Además  afuera el clima es tan malo que lo más natural es quedarse en la casa. Pasó un buen rato en el cual estuve sentado, despejado, pensando en nada y en todo. Las luces de las casas de la cuadra se apagaron, es ya muy tarde, todos se han ido a dormir. Los andenes se hacen oscuros y todas las puertas tienen doble llave y pestillo. Pero a pesar de todo esto, he decidido levantarme, tomar mis llaves y arrojarme a la calle. No necesito explicarle a nadie que tengo que salir, nadie a quien mirar de reojo, nadie a quien besar para despedirme. A pesar de no preocuparme ya nada en la vida, cierro la puerta con cuidado, giro del todo el cerrojo y me cercioro que la puerta haya quedado bien trancada. Empiezo a caminar sin rumbo fijo, mientras las luces de las farolas pegan en el roció que dejo la lluvia y forman pequeños destellos por todas partes. Empiezo a sentir como el cuerpo agradece el movimiento, mientras avanzo pensando en que siempre tuve esa extraña sensación de inexplicable alegría al sentir como me golpea el viento del invierno en el rostro. Yo era un niño, luego crecí y me convertí en la gente, en el transeúnte, en uno más de los que caminan sin rumbo fijo viendo cómo se nos van los años y recordar empieza a costarnos más, memorias escritas en muchas páginas que se destiñen unas, se arrugan otras y forman nuestra bitácora personal, la cual a veces se nos hace pesada, se arruga también la piel, cada vez hablamos menos, la inocencia se pierde, la soledad llega y es fiel, nunca nos abandona por nadie, y entre soledades nos buscamos, y aprendemos a llorar y a sonreír de vez en cuando. Al final, todos somos lo mismo, nada es tan distinto, la tristeza no termina tan fácil como el invierno que se aleja…  


De repente tengo un extraño estimulo, un envión energético que me indica que debo ir a tu casa, verte, escuchar tu voz. La mente me traiciona concediéndole al pueril deseo una mayor importancia que la usual, me hace creer que tengo más nervio para actuar y aguantar el hecho de estar frente a ti, aun sabiendo como son las cosas y mi actual estado de derrota y dejación. Entonces comienzo a  correr por las largas calles, separado completamente de mi propio sentido común, mientras mi personalidad se va destilando hacia la insulsez, mi respiración se torna más espesa, el manto negro de la noche  es mucho más exacto, el frío y la tenue llovizna golpea mi rostro, mis brazos, mis piernas apresuradas, y tu imagen en mi mente se construye hasta lograr su auténtica esbeltez. Mi corazón empieza a retumbar con cada bombeo, empieza a llenar el silencio de las calles con su ritmo nervioso, me sorprende escucharlo tan nítidamente, como una señal de vida, de mi vida, a medida que me acerco a tu vivienda se intensifica aún más a estas altas horas de la noche. Llego a tu puerta, me paro frente a ella, trato de controlar la respiración que retumba desbocada para no delatar mi presencia. Estiro mi brazo pero no llega hasta el timbre. Me quedo como un tonto unos instantes que parecen eternos. Volteo a mirar la casa de al lado. Veo una rosa con los pétalos a medio poner después de la tormenta. La arranco febrilmente mientras sus espinas se entierran en las palmas de mis manos y la deposito con suavidad y ternura en el piso, frente a tu puerta. Después agacho la mirada y vuelvo apresuradamente a la mía para encerrarme de nuevo en ella. Cierro con pestillo mi puerta y me escondo debajo de las cobijas, avergonzado de mí mismo al ver lo cobarde y tonto que soy…




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Siempre estaré aquí...