IV
El sol ardiente se levanta sobre las
colinas de moho de mi mente. Las arañas inundan mi alma como una plaga que no
puede ser erradicada. Ese es el tiempo oscuro. En el momento que el movimiento ya
no es ningún movimiento. Como cuando estas dormido y quieres despertarte pero
te quedas quieto y estas solo en tu cama.
En el momento que eres como un ave cayendo, rígida y veloz. Como cuando
vas corriendo y te tropiezas, te caes y te golpeas y la tierra queda con
rastros de tu sangre. En el momento que se enteraron que el anciano de la
casa de la esquina murió y fueron a golpear a tu puerta a pedir una
colaboración para el velorio y el entierro porque aquel viejo no tenía dinero.
Como cuando alguien te pide limosna en la calle y tú revisas tu bolsillo sin
detenerte mientras decides si dar o no y cuando resuelves que si quieres dar
algo ya vas muy lejos y te da pereza devolverte y no quieres pensar más en eso.
En el momento que estabas sentado viendo la televisión y te preguntaron si ibas
a ir al funeral de algún pariente y tú no quieres ir pero te colocas los
zapatos y sales apresuradamente y estas en la iglesia frente al féretro. Como
cuando estabas con esa persona que ya no amabas pero te desnudabas para hacer
el amor y no sabías por que estabas allí. Ahora es como si tú te quedaras
observando como estoy cubriéndome con tierra, en el lugar donde todos terminan,
donde todo está adornado de negro. Yo simplemente permanezco estático. Me ronda
el silencio, creo que estoy muerto. Un sonido puro entonces llega
hasta mí. No sé de donde proviene, pero cada vez retumba más y más fuerte en mi
cabeza. Es como el que muere cualquier día, un día sin sustancia, una fecha más
de aquel calendario pegajoso de la cocina. Ante la muerte todos reflexionan,
menos el que ya está muerto. La muerte propone un cambio de pensamiento. El
cementerio siempre es muy frío, impersonal, lejano, fuera del tiempo, no
obedece a las modas ni a la evolución, la muerte nunca cambia, es la misma
siempre. El aire que respiras en los cementerios es como una atmósfera que se
pudre con el tiempo. Los cementerios bajo la lluvia enmarcan mucho más aun esa
situación. Es como un cuadro, un óleo de un diluvio del más allá. Es como si el
agua no empapara las tumbas, el suelo, las flores mustias. Cuando pasa, quedan
charcos que reflejan colores que ondean en el agua. Me imagino almas que gritan
y se esfuman en medio de la niebla en las tardes grises de aquel lugar donde
probablemente yo no vuelva jamás. Mientras tanto la muerte sigue su inagotable
marcha e intenta hacernos caer, desvalidos y enfermos, irreconocibles ante
nuestros propios ojos al vernos al espejo. La enfermedad todo lo devora: La
magia, las ganas, lo que sabemos de nosotros mismos. La agonía y sus dientes amarillentos
repletos de locura. El alma que sale liberada de su claustro de carne, piel y
huesos salta, baila y canta desde la libertad de toda la inmensidad del
más allá, de lo que desconocemos, de ese temor incierto que no proviene
directamente del hecho de morir, sino del sufrimiento. No tememos a la muerte,
sino a todo lo que nos lleva a ese inexpugnable momento, a todo lo que conlleva
para nuestros seres más queridos, nuestra naturaleza perdida en la lucha por
trascurrir, el olor de las rosas muertas del cementerio. Ese olor tremendo que
nos hace reflexionar por un instante, que nos saca de nuestra realidad, nos
aleja de nuestro tiempo. El olor de las rosas muertas es como el olor de la
muerte. El tiempo es dulce y no pasa ya. El tiempo lo desarregla y deshace
todo. El tiempo no permite que nada quede intacto, que nada dure para siempre.
Nos recuerda que somos perecederos, que somos solo un efímero momento en lo que
llaman vida, un eco mínimo del universo, una fugaz consecuencia.
Cuando ese razonamiento se había vuelto
insoportable en medio de las nubes grises de Noviembre sacudido por el aspecto
de la calle esclarecida me di vuelta otra vez, y
vi la salida del sol, detrás del hogar de los olvidados, la luz del sol abandonada
sobre ebrios cuerpos humanos. El amanecer llega revolviendo el iris de mis
ojos. Me golpea y me tumba sobre un andén. Y en ese momento quise verte en la
calle. Quise sentirte a mi lado, pero tú no estabas. Tú hubieses podido estar
allí para mí, no te hubiese costado dinero. No te hubiese costado nada, pero no
lo hiciste. Tú estabas en otro lugar muy lejos, pensando en cosas triviales y
sin sustancia. La próxima fiesta a la cual te invitaron. Un matrimonio de amigos.
¿Qué mierda es importante eso al lado de lo que yo esperaba de ti? ¿Y por qué
aun sabiendo que no eres de mi misma esencia me dueles? Una persona que se
rodea de mucha gente, solo quiere estar con uno solo, solo con alguien, pero no
era yo ese uno. No era yo ese alguien. Tengo tu cara en una antigua foto que te
robe. Estás sonriendo, te ves hermosa, con tus ojos enormes mirándome, como
siempre hiciste. Riéndote divina de mis tonterías. No puedo recordar lo que éramos
en aquel tiempo. Pienso en ti a toda hora, tus lágrimas tibias, tu fortaleza,
tu desdén para atraerme y alejarme como una hoja seca al viento del otoño. Lo
peor de nosotros es que somos una buscada manifestación de dolores y
desengaños. Tú siempre dijiste que no ibas
a déjame solo. Pero decidiste irte sola. Pensé en esas cosas mientras estaba
allí tirado, porque no quería irme a casa. Recordé mis jóvenes amaneceres viendo
el sol ascender sobre los techos de las casas
y los cedros del Líbano. Las lágrimas frías ruedan por mi rostro reseco,
tú eres como el sol, estás en lo alto, muy alto por encima de mí, más alto que todos. Te gusta
tu vida social, prefieres estar con tus conocidos, en tus aburridas y formales
reuniones sociales, dijiste que no querías estar conmigo, pero en la vida todo
cambia y al final tendrás que estar contigo más que con tus amigos. ¿Qué vas a
hacer cuando no puedas ni escucharte?
Estuve borracho y perdido entre las
calles, bajo la lluvia, en la tormenta. Mire fijamente en la oscuridad, tentando
a la fatalidad, mire imperturbablemente a la nada, admitiendo la derrota. Cualquier
cosa es difícil de encontrar cuando no se abren tus ojos, cuando no te aceptas
a ti mismo. Quise sentarme en la oscuridad de mi hogar a escribir un plan para
poder llegar a ti de nuevo, pero el papel quedo en blanco, no tengo yo nada más
que hacer, no me quedan trucos bajo la manga. Me he desperdiciado en vano. Fue
entonces cuando decidí encerrarme a esperar el final. Tu llamada aun no llega.
Tú aun no estás aquí. Y yo probablemente nunca te vuelva a ver.
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Siempre Estaré Aquí...