viernes, 24 de febrero de 2017

DORIAN (4)




IV

El sol ardiente se levanta sobre las colinas de moho de mi mente. Las arañas inundan mi alma como una plaga que no puede ser erradicada. Ese es el tiempo oscuro. En el momento que el movimiento ya no es ningún movimiento. Como cuando estas dormido y quieres despertarte pero te quedas quieto y estas solo en tu cama.  En el momento que eres como un ave cayendo, rígida y veloz. Como cuando vas corriendo y te tropiezas, te caes y te golpeas y la tierra queda con rastros de tu sangre. En el momento que se enteraron que el anciano de la casa de la esquina murió y fueron a golpear a tu puerta a pedir una colaboración para el velorio y el entierro porque aquel viejo no tenía dinero. Como cuando alguien te pide limosna en la calle y tú revisas tu bolsillo sin detenerte mientras decides si dar o no y cuando resuelves que si quieres dar algo ya vas muy lejos y te da pereza devolverte y no quieres pensar más en eso. En el momento que estabas sentado viendo la televisión y te preguntaron si ibas a ir al funeral de algún pariente y tú no quieres ir pero te colocas los zapatos y sales apresuradamente y estas en la iglesia frente al féretro. Como cuando estabas con esa persona que ya no amabas pero te desnudabas para hacer el amor y no sabías por que estabas allí. Ahora es como si tú te quedaras observando como estoy cubriéndome con tierra, en el lugar donde todos terminan, donde todo está adornado de negro. Yo simplemente permanezco estático. Me ronda el silencio, creo que estoy muerto. Un sonido puro entonces llega hasta mí. No sé de donde proviene, pero cada vez retumba más y más fuerte en mi cabeza. Es como el que muere cualquier día, un día sin sustancia, una fecha más de aquel calendario pegajoso de la cocina. Ante la muerte todos reflexionan, menos el que ya está muerto. La muerte propone un cambio de pensamiento. El cementerio siempre es muy frío, impersonal, lejano, fuera del tiempo, no obedece a las modas ni a la evolución, la muerte nunca cambia, es la misma siempre. El aire que respiras en los cementerios es como una atmósfera que se pudre con el tiempo. Los cementerios bajo la lluvia enmarcan mucho más aun esa situación. Es como un cuadro, un óleo de un diluvio del más allá. Es como si el agua no empapara las tumbas, el suelo, las flores mustias. Cuando pasa, quedan charcos que reflejan colores que ondean en el agua. Me imagino almas que gritan y se esfuman en medio de la niebla en las tardes grises de aquel lugar donde probablemente yo no vuelva jamás. Mientras tanto la muerte sigue su inagotable marcha e intenta hacernos caer, desvalidos y enfermos, irreconocibles ante nuestros propios ojos al vernos al espejo. La enfermedad todo lo devora: La magia, las ganas, lo que sabemos de nosotros mismos. La agonía y sus dientes amarillentos repletos de locura. El alma que sale liberada de su claustro de carne, piel y huesos salta, baila y canta desde la libertad de toda la inmensidad del más allá, de lo que desconocemos, de ese temor incierto que no proviene directamente del hecho de morir, sino del sufrimiento. No tememos a la muerte, sino a todo lo que nos lleva a ese inexpugnable momento, a todo lo que conlleva para nuestros seres más queridos, nuestra naturaleza perdida en la lucha por trascurrir, el olor de las rosas muertas del cementerio. Ese olor tremendo que nos hace reflexionar por un instante, que nos saca de nuestra realidad, nos aleja de nuestro tiempo. El olor de las rosas muertas es como el olor de la muerte. El tiempo es dulce y no pasa ya. El tiempo lo desarregla y deshace todo. El tiempo no permite que nada quede intacto, que nada dure para siempre. Nos recuerda que somos perecederos, que somos solo un efímero momento en lo que llaman vida, un eco mínimo del universo, una fugaz consecuencia.

Cuando ese razonamiento se había vuelto insoportable en medio de las nubes grises de Noviembre sacudido por el aspecto de la calle esclarecida me di vuelta otra vez, y vi la salida del sol, detrás del hogar de los olvidados, la luz del sol abandonada sobre ebrios cuerpos humanos. El amanecer llega revolviendo el iris de mis ojos. Me golpea y me tumba sobre un andén. Y en ese momento quise verte en la calle. Quise sentirte a mi lado, pero tú no estabas. Tú hubieses podido estar allí para mí, no te hubiese costado dinero. No te hubiese costado nada, pero no lo hiciste. Tú estabas en otro lugar muy lejos, pensando en cosas triviales y sin sustancia. La próxima fiesta a la cual te invitaron. Un matrimonio de amigos. ¿Qué mierda es importante eso al lado de lo que yo esperaba de ti? ¿Y por qué aun sabiendo que no eres de mi misma esencia me dueles? Una persona que se rodea de mucha gente, solo quiere estar con uno solo, solo con alguien, pero no era yo ese uno. No era yo ese alguien. Tengo tu cara en una antigua foto que te robe. Estás sonriendo, te ves hermosa, con tus ojos enormes mirándome, como siempre hiciste. Riéndote divina de mis tonterías. No puedo recordar lo que éramos en aquel tiempo. Pienso en ti a toda hora, tus lágrimas tibias, tu fortaleza, tu desdén para atraerme y alejarme como una hoja seca al viento del otoño. Lo peor de nosotros es que somos una buscada manifestación de dolores y desengaños. Tú siempre dijiste  que no ibas a déjame solo. Pero decidiste irte sola. Pensé en esas cosas mientras estaba allí tirado, porque no quería irme a casa. Recordé mis jóvenes amaneceres viendo el sol ascender sobre los techos de las casas  y los cedros del Líbano. Las lágrimas frías ruedan por mi rostro reseco, tú eres como el sol, estás en lo alto, muy alto  por encima de mí, más alto que todos. Te gusta tu vida social, prefieres estar con tus conocidos, en tus aburridas y formales reuniones sociales, dijiste que no querías estar conmigo, pero en la vida todo cambia y al final tendrás que estar contigo más que con tus amigos. ¿Qué vas a hacer cuando no puedas ni escucharte?

Estuve borracho y perdido entre las calles, bajo la lluvia, en la tormenta. Mire fijamente en la oscuridad, tentando a la fatalidad, mire imperturbablemente a la nada, admitiendo la derrota. Cualquier cosa es difícil de encontrar cuando no se abren tus ojos, cuando no te aceptas a ti mismo. Quise sentarme en la oscuridad de mi hogar a escribir un plan para poder llegar a ti de nuevo, pero el papel quedo en blanco, no tengo yo nada más que hacer, no me quedan trucos bajo la manga. Me he desperdiciado en vano. Fue entonces cuando decidí encerrarme a esperar el final. Tu llamada aun no llega. Tú aun no estás aquí. Y yo probablemente nunca te vuelva a ver.



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Siempre Estaré Aquí...