viernes, 14 de julio de 2017

RIO MAGDALENA (6)


ESA SEÑORA RARA





En aquella época la finca de los padres de la niña siempre estaba llena de gente. Trabajadores que venían de diferentes partes del país para las épocas de la cosecha. Llegaban a través del rio Magdalena o también por las carreteras destapadas del interior. Venían de diferentes lugares, ávidos de trabajo y paisajes en desarrollo donde colocarse para poder sobrevivir. Gente distinta, diferentes actitudes, diferentes maneras de ver la vida y las cosas. Esos días eran caóticos, gente que entraba y salida de la finca a todas horas. La niña, siempre acompañando a su madre en los que áceres diarios mientras el padre salía con los trabajadores al monte a trabajar. Volvían, cansados por la tarde y a las siete de la noche ya todo el mundo estaba durmiendo. Claro, la jornada laboral empezaba desde muy temprano: A las 4:30 am ya la gente estaba en pie y a las 5 am estaban desayunando para salir a laburar. La niña pasaba sus días entre el bullicio, el afán, la ocupación de tender camas, ayudar en la cocina, correr por el monte con el guarapo, la chicha, el algo para los trabajadores y el sol, el eterno sol que siempre todo lo alumbra, como un dios que todo lo ve de día y lo presiente todo en la noche.

En esos días y ante la cantidad de oficios por hacer llego una señora contratada para colaborar en oficios varios. Al principio se veía como una más del hogar, pasaba desapercibida entre el corre y corre y el cansancio, así fue para todos, excepto para la niña que vio en ella un extraño comportamiento. Había llegado con una cajita con sus harapos y una olla metálica, tapada, amarrada en sus orejas con una cabuya que le daba toda la vuelta y aseguraba así que no se destaparía. Esto sería algo de no tener por qué ser visible a no ser por la extraña obsesión de esta señora de llevar esta olla a todos los lugares donde iba. Si lavaba la ropa a la orilla del rio, allá estaba la ola. Si le decían que ayudara en la cocina, dejaba la dichosa olla escondida en un rincón, cerciorándose cada cierto tiempo de que aun estuviese allí, en las condiciones en las que la dejo.


La niña percatase de esta situación y se la comento a sus padres quienes también se extrañaron del comportamiento inusual de la señora, pero al ver que no molestaba a nadie y era eficiente en su labor, decidieron no decirle nada y dejarlo pasar simplemente, mas no así la niña que cada día que pasaba vivía más y más obsesionada con la señora rara, al punto de empezar a perseguirla por todas partes y descuidar sus propios oficios con tal de husmear el momento en que la señora abriera la olla y poder ver que era lo que tanto guardaba y custodiaba en ella. Pero los días pasaban y la señora simplemente se trasladaba con su olla por toda la finca, pero sin abrirla jamás. La niña lo veía y se frustraba, pero no desistía en su implacable pesquisa. Un día vio a la señora más inquieta de costumbre. Caminaba por la finca y de repente volteaba a ver si alguien la estaba mirando, o bajaba al rio y se devolvía, asomándose por si alguien la estaba persiguiendo. La niña lo veía todo, escondida, era como si la señora rara supiera que alguien la estaba fisgoneando. Al caer la noche, la niña decidió ir a dormir con su padre, en un enorme galpón donde el dormía con todos los trabajadores y ayudantes de la casa. Las luces se apagaron y la niña se quedó mirando a la oscuridad, adivinando formas y movimientos. Las horas pasaron y la niña no lograba conciliar el sueño, cuando sus ojos vieron una sombra que claramente se deslizaba por la pared, abría con sigilo la puerta y salía de la casa. La niña, presa de una incontenible emoción la siguió en medio de los rayos de luna menguante por el sendero que daba a la orilla del rio. Allí vio a la señora rara, desatando la olla. ¡El secreto seria por fin revelado! De su interior saco un enorme velón el cual encendió y coloco frente a la olla, pero eso no era todo, había algo más. Fue entonces cuando la señora saco un cráneo humano, blanco, reluciente, perfecto y lo coloco junto al velón y empezó a rezar, con los ojos entrecerrados, balbuceando cosas incomprensibles. La niña, presa del terror y la sorpresa no dejaba de mirar. Fue cuando de repente la señora aun con los ojos cerrados se detuvo, dejo de rezar, giro su cabeza hacia donde estaba la niña y de repente abrió los ojos, enormes, como con fuego y se quedó observándola con un gesto extraño, como de risa, una mueca grotesca. La niña corrió despavorida por el monte hasta llegar al lecho donde su padre roncaba y se metió debajo de las cobijas, mientras todos los demás dormían pesadamente. La niña no durmió, solo veía debajo de aquella oscuridad, esperando que la señora rara levantara la cobija y la sacara de allí, para arrastrarla por los profundos infiernos, o eso era lo que ella temía. La mañana llego, normal, ordinaria, rutinaria, la niña se despertó sobresaltada y descubrió que ya todo el mundo estaba listo para salir a trabajar. Miro hacia donde la señora tenía el catre pero no había nadie. Salió ágil a buscarla entre la gente de la finca pero no la vio. Los trabajadores se fueron a su jornal y la niña no encontró a la señora. Le contó a su mama lo ocurrido y la buscaron por todas partes, pero la señora nunca más apareció. No se supo más de ella ni del por qué cargaba un cráneo en una olla. Solo con el pasar del tiempo, la niña, convertida ahora en anciana, tenía un dicho que usaba algunas veces y le recordaba lo ocurrido: “Eso como cráneo en olla, no hay nada”.



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Cantaba al remar en su canoa a ritmo firme el pescador...