II
La vida es un sueño atormentado para mí.
Ayer me la pase todo el día durmiendo, las cortinas corridas, el teléfono
apagado. No deseo glorificar mi trágico destino, dormir debería hacerme bien,
debería sanarme, pero mis sueños me muestran lo que no podrá ser y eso me hace
miserable. Trato de programarme, soñar con situaciones o personas específicas,
pero mis sueños trastocan en pesadillas que se salen de control. Me despierto
cansado y con dolor de cabeza todos los días. Hoy me desperté con mi ropa sucia
en una montaña que amenazaba derrumbarse sobre mí. Quisiera hipnotizarme, dejar
de pensar, reconstruirme. La vida es demasiado corta. Intento constantemente
formar una apretujando todas mis complejas vidas en un simple respiro. En este
mundo oscuro y ancho soy inocente, solo vine al planeta, no soy culpable por
solo estar acá. Paso las noches tratando de encontrar un final, algún estado
adonde llegar. Aquellas interminables noches de intrigas personales, el frío
que proviene de las lágrimas derramadas, de la cercanía de las botellas de
licor, de las colillas apagadas de los cigarrillos. En mis sueños siempre hay alguien que me está
empujando a todas las avenidas, hacia los trenes, a los abismos, a los ríos
caudalosos. Siempre hay alguien que se ríe y me avienta sin piedad, justo
después término despierto, mirando hacia la oscuridad, recreando manchas y sombras
en la distancia, olvidadas, marchitas y sin esperanza. O no sé si es que he entendido
por belleza la lluvia que cae en la tormenta. El espíritu de la nostalgia está
pasando cerca de mí con mucha frecuencia. Me deprime pensar hasta en
morir, pues al hacerlo todo lo que era nuestro ser irá a la deriva en la
eternidad, nadie sabrá más nada de lo que éramos, no podremos volver a ningún
lugar, la muerte debe ser el lugar más aburrido de todos, no conozco aun a
nadie que haya hecho algo después de muerto.
A veces, inevitablemente pienso en el más
allá, en que será de mi alma, si es que la tengo, al morir. ¿Existe un cielo,
un purgatorio, un infierno? Podría intentar retractarme, arrepentirme de la
oscuridad que me invade y buscar a Dios y su perdón divino. Existen técnicas exiguas,
infantiles, que podrían llevarlo a uno hacia esa supuesta salvación. Para cuidarse
de las tentaciones de la carne, uno podría taparse los ojos, los oídos,
encerrarse completamente en sí mismo y vivir metido en una iglesia o sitio de
culto. Aunque muchos sabemos que hacer esto es inútil, muchas personas lo hacen,
aunque resulta imposible dejar de escuchar nuestra voz interna. Esa vocecilla
que nos tienta a buscar el deseo, el placer, la lujuria, la carnalidad. Ese
apetito físico que lo traspasa todo, la pasión de los lujuriosos es tan enorme
que podría derrumbar montañas, casi igual que la fe. Hay gente que prefiere ni
siquiera pensar en eso, si bien quizá
alguna vez fue tentado por algo que vieron sus ojos, captaron sus oídos o
percibieron en su piel, o en su sexo. Y esa sensación, ese sentimiento en esas
personas se convierte en un lastre duro de llevar, como una atadura compuesta
de gruesas cadenas. Pero sienten el alivio y se contentan con sus pequeñas rutinas
religiosas, y aprenden a convivir con sus placeres ocultos en lo más profundo
de su ser, los cuales flotan en la superficie por ráfagas momentáneas de
excitación y alegría.
A medida que los días se hacen más
pesados y densos, descubro que las tinieblas tienen un instrumento mucho más
terrible que la culpa: El silencio. No sé si pueda ser factible, pero es posible
que quizás alguien se haya salvado de la lujuria, pero jamás del silencio. Cientos
de palabras me pueden cegar con la enormidad de su pureza, pero nada enloquece
tanto como el silencio, y más si viene acompañado de la más tremenda soledad.
Estas cosas se juntan como un cóctel para el desastre. El placer y todas las
consecuencias que se derivan del mismo trasmutan en lo que conocemos como culpa,
tal vez porque el espectáculo de esa especie o suerte de felicidad, nos
empiezan a dejar marcas en el rostro, en eso que llaman alma y en los sentidos.
No sé si realmente yo entienda de qué se trata el silencio. Estoy convencido
que en él yo siempre estaré seguro. Oculto de todos, con la sombra ominosa, la
respiración insondable, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Siento
que hago parte del mutismo que fluye sordo en torno de mí. La noche florece en
silencio, no oigo ni escucho a nadie, se hace denso y profundo mi horizonte
personal, la única cosa que sé, es lo que siento. El frío es como un brazo
sosteniendo mi cuerpo, se estira, las sombras se contonean. Las bestias de mi
mente se liberan, corren ruidosas por todos los espacios de mi casa, abren sus
garras acariciando mi piel insidiosamente. Vago entre las manías de mi mente
disperso en el viento enrarecido de mi hogar, tan sólo quisiera apresar por un instante
más el fulgor de los ojos de inocencia que tuve alguna vez.
Existe dentro de mí una celebración
sombría. Es un baile con máscaras de cuero, retazos de alegría, hematomas de
conciencia. El sonido se aísla y el loco eco de los latidos del corazón ensordece
todas las capas de piel del cuerpo. Soy mitad ángel, mitad bestia. Vago errante
por los mares de gente que habitan en mí adentro y no me reconozco en ninguna
forma, en ninguna enseñanza, en ningún credo.
Las bestias se ríen y patean mi cerebro,
desprendiendo neuronas, sueños y recuerdos. Lloro desconsoladamente mirando al
techo y quisiera gritar, desgarrarme, expulsarlo todo, pero lo único que sale
de mi es una risa falsa, una mueca extrañan que me estremece. Las paredes
empiezan a gritar y quisiera escapar, los temores se acumulan en mí. Ellos
están exhalando su pérfido aliento en mi rostro, y nunca se detienen…
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SIEMPRE ESTARÉ AQUÍ...