viernes, 10 de febrero de 2017

DORIAN (2)




II

La vida es un sueño atormentado para mí. Ayer me la pase todo el día durmiendo, las cortinas corridas, el teléfono apagado. No deseo glorificar mi trágico destino, dormir debería hacerme bien, debería sanarme, pero mis sueños me muestran lo que no podrá ser y eso me hace miserable. Trato de programarme, soñar con situaciones o personas específicas, pero mis sueños trastocan en pesadillas que se salen de control. Me despierto cansado y con dolor de cabeza todos los días. Hoy me desperté con mi ropa sucia en una montaña que amenazaba derrumbarse sobre mí. Quisiera hipnotizarme, dejar de pensar, reconstruirme. La vida es demasiado corta. Intento constantemente formar una apretujando todas mis complejas vidas en un simple respiro. En este mundo oscuro y ancho soy inocente, solo vine al planeta, no soy culpable por solo estar acá. Paso las noches tratando de encontrar un final, algún estado adonde llegar. Aquellas interminables noches de intrigas personales, el frío que proviene de las lágrimas derramadas, de la cercanía de las botellas de licor, de las colillas apagadas de los cigarrillos. En  mis sueños siempre hay alguien que me está empujando a todas las avenidas, hacia los trenes, a los abismos, a los ríos caudalosos. Siempre hay alguien que se ríe y me avienta sin piedad, justo después término despierto, mirando hacia la oscuridad, recreando manchas y sombras en la distancia, olvidadas, marchitas y sin esperanza. O no sé si es que he entendido por belleza la lluvia que cae en la tormenta. El espíritu de la nostalgia está pasando cerca de mí con mucha frecuencia. Me deprime pensar hasta en morir, pues al hacerlo todo lo que era nuestro ser irá a la deriva en la eternidad, nadie sabrá más nada de lo que éramos, no podremos volver a ningún lugar, la muerte debe ser el lugar más aburrido de todos, no conozco aun a nadie que haya hecho algo después de muerto.

A veces, inevitablemente pienso en el más allá, en que será de mi alma, si es que la tengo, al morir. ¿Existe un cielo, un purgatorio, un infierno? Podría intentar retractarme, arrepentirme de la oscuridad que me invade y buscar a Dios y su perdón divino. Existen técnicas exiguas, infantiles, que podrían llevarlo a uno hacia esa supuesta salvación. Para cuidarse de las tentaciones de la carne, uno podría taparse los ojos, los oídos, encerrarse completamente en sí mismo y vivir metido en una iglesia o sitio de culto. Aunque muchos sabemos que hacer esto es inútil, muchas personas lo hacen, aunque resulta imposible dejar de escuchar nuestra voz interna. Esa vocecilla que nos tienta a buscar el deseo, el placer, la lujuria, la carnalidad. Ese apetito físico que lo traspasa todo, la pasión de los lujuriosos es tan enorme que podría derrumbar montañas, casi igual que la fe. Hay gente que prefiere ni siquiera  pensar en eso, si bien quizá alguna vez fue tentado por algo que vieron sus ojos, captaron sus oídos o percibieron en su piel, o en su sexo. Y esa sensación, ese sentimiento en esas personas se convierte en un lastre duro de llevar, como una atadura compuesta de gruesas cadenas. Pero sienten el alivio y se contentan con sus pequeñas rutinas religiosas, y aprenden a convivir con sus placeres ocultos en lo más profundo de su ser, los cuales flotan en la superficie por ráfagas momentáneas de excitación y alegría.

A medida que los días se hacen más pesados y densos, descubro que las tinieblas tienen un instrumento mucho más terrible que la culpa: El silencio. No sé si pueda ser factible, pero es posible que quizás alguien se haya salvado de la lujuria, pero jamás del silencio. Cientos de palabras me pueden cegar con la enormidad de su pureza, pero nada enloquece tanto como el silencio, y más si viene acompañado de la más tremenda soledad. Estas cosas se juntan como un cóctel para el desastre. El placer y todas las consecuencias que se derivan del mismo trasmutan en lo que conocemos como culpa, tal vez porque el espectáculo de esa especie o suerte de felicidad, nos empiezan a dejar marcas en el rostro, en eso que llaman alma y en los sentidos.

No sé si realmente yo entienda de qué se trata el silencio. Estoy convencido que en él yo siempre estaré seguro. Oculto de todos, con la sombra ominosa, la respiración insondable, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Siento que hago parte del mutismo que fluye sordo en torno de mí. La noche florece en silencio, no oigo ni escucho a nadie, se hace denso y profundo mi horizonte personal, la única cosa que sé, es lo que siento. El frío es como un brazo sosteniendo mi cuerpo, se estira, las sombras se contonean. Las bestias de mi mente se liberan, corren ruidosas por todos los espacios de mi casa, abren sus garras acariciando mi piel insidiosamente. Vago entre las manías de mi mente disperso en el viento enrarecido de mi hogar, tan sólo quisiera apresar por un instante más el fulgor de los ojos de inocencia que tuve alguna vez.

Existe dentro de mí una celebración sombría. Es un baile con máscaras de cuero, retazos de alegría, hematomas de conciencia. El sonido se aísla y el loco eco de los latidos del corazón ensordece todas las capas de piel del cuerpo. Soy mitad ángel, mitad bestia. Vago errante por los mares de gente que habitan en mí adentro y no me reconozco en ninguna forma, en ninguna enseñanza, en ningún credo.


Las bestias se ríen y patean mi cerebro, desprendiendo neuronas, sueños y recuerdos. Lloro desconsoladamente mirando al techo y quisiera gritar, desgarrarme, expulsarlo todo, pero lo único que sale de mi es una risa falsa, una mueca extrañan que me estremece. Las paredes empiezan a gritar y quisiera escapar, los temores se acumulan en mí. Ellos están exhalando su pérfido aliento en mi rostro, y nunca se detienen…



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SIEMPRE ESTARÉ AQUÍ...