viernes, 11 de agosto de 2017

RIO MAGDALENA (9)



LA GALLINA CHIROSA







Cuenta la historia que este era un campesino, descuidado con todas sus cosas, era un campesino perezoso que vivía para trabajar por ratos y gastarse el dinero en placeres banales. No cuidaba su humilde vivienda, no compraba comida, no tenía mujer ni hijos. Este campesino solo tenía una gallina, chirosa, que se alimentaba de lo que encontraba en el monte, pero que siempre estaba junto a su dueño. El campesino no la cuidaba, no le prestaba mayor atención. No le daba comida y no se percataba si ponía huevos o no.  La gallina estaba flaca, tenía las patas lastimadas y tenía heridas donde ya no le salían plumas.  El campesino la dejaba por ahí a que se le curaran solas las heridas, pues no le daba tiempo alguno del suyo para brindarle algún tipo de atención o de cuidado.

El campesino siguió con su vida de excesos, llegaba borracho o duraba incluso varios días sin ir a la casa. La gallina vagaba por los terrenos a la mano de Dios, sobreviviendo prácticamente de milagro. El campesino entonces entro en desgracia pues por culpa de sus malos hábitos, conocidos ampliamente en la región, nadie le daba trabajo. Empezó a pasar necesidades y llego el momento cruel y pesaroso de aguantar hambre. Solo en la casucha se iba hasta el rio a pescar o mirar cómo podía entrar a hurtadillas a robar algún plátano o alguna fruta en las fincas vecinas, pero incluso hasta esa opción se le termino. El hambre lo busco y lo encontró escondido en su hogar. La amarga cruz de sal de su destino le peso más que nunca. Fue entonces cuando recordó a su gallina chirosa. Recordó que las gallinas ponían huevos y podría sobrevivir con el sustento. Empezó a buscarla afanadamente por todo el terreno pero la gallina no aparecía por ningún lado. Dos días enteros buscando a la gallina que no aparecía. El hambre le hizo cambiar de planes  y decidió que tan pronto la encontrara, se la comería. ¡Se saboreaba el campesino con un sancocho suculento! El pensar en comer le hizo sentirse mareado y debilucho. El final del tercer día llego, pero la gallina en la olla no.


Y pasó el tiempo, días y noches enteras de tomar agua y mascar semillas para sobrevivir. Pensaba en la puta gallina y en cómo diablos no estuvo más pendiente de ella. Salió al alba siguiente a buscarla de nuevo, la busco por todos los potreros, por la montaña, cafetales, riveras del rio, casas vecinas. Siguió caminando, llego a veredas aledañas, a pueblos extraños, conoció a otras personas, pero la gallina no aparecía.  Y no la encontró. Decepcionado y abatido consiguió trabajo por días por esas tierras foráneas y pudo sobrevivir un corto tiempo. Pero de nuevo sus vicios pasaron factura y fue expulsado de donde estaba. Comenzó el triste camino de retorno a su finca. Llego y vio la casa destruida. Una pared se había caído y el techo entero se vino abajo. Esa noche llovió y el apenas pudo dormir debajo de una teja. A la mañana siguiente, arrepentido de su vida y sus excesos, se arrodillo en mitad del patio y pido perdón a Dios, por haber sido tan inconsciente y prometió entre fervorosas lagrimas que si le daba otra oportunidad corregiría su andar en el mundo. Después se levantó y sacando fuerzas de flaquezas reconstruyo su vivienda. La barrio, la limpio, la dejo muy bonita en comparación de cómo estaba. Afilo el viejo machete y desyerbo todos los alrededores de su morada, arreglo las matas, limpio los pastos crecidos. El sol del mediodía calentaba en todo su esplendor, y este hombre, agotado y sediento, se dirigió hasta el rio a beber agua. Antes de llegar se encontró una palo enorme de Naranjo. Se acercó sorprendido pues no recordaba haber sembrado mata alguna o que existiese siquiera. Se quedó bajo la sombra del árbol, maravillado con los excelentes frutos que daba. De repente el naranjo en flor empezó a estremecerse y comenzaron a caer naranjas. Naranjas enormes, jugosas, se sentía la tierra temblar de tantas naranjas que caían de un árbol que cada vez que medio podía levantar la vista se iba haciendo más y más grande. Las ramas tocaban el suelo por el peso de la cantidad de naranjas que tenían. El campesino, sorprendido por esa suerte de milagro se agacho a recoger las naranjas y al hacerlo vio en la raíz del árbol las patas de su gallina chirosa. Dos patas blancas pisando la tierra. De la rabadilla de la gallina había nacido un árbol de naranjo.



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Cantaba al remar en su canoa a ritmo firme el pescador...