viernes, 7 de diciembre de 2018

ELISE (4)




Elise por el contrario no se distraía con tales pensamientos. Para ella Dios era una energía, una fuerza superior a la cual todos volvían, pues de esa misma fuerza provenían. Para ella Dios era un tema privadísimo y muy personal que no gustaba discutir con nadie más, pues era su decisión no hacerlo. Pensaba que el diablo, como se conoce, con cachos, cola y tridente no existe. El diablo en si era una personificación de las maldades del ser humano que al sumarse, generan una presencia maligna que hecha todo a perder. Elise estaba segura que esta fuerza oscura era capaz de apoderarse del alma de algunos, destruyéndolos por completo.



Las horas y los días se amontonaban en el calendario sin mayor diferencia, días monótonos y aburridos, siempre iguales. La rutina se filtraba en su vida por las ventanas y las puertas de su casa, ingresaba por su nariz e inundaba sus pulmones, sus músculos, su cerebro. La vida trastocaba gris y sin mucha alegría. Tenía lapsus en los que una energía rebosante lo llevaba a planear muchas cosas, trazar caminos más claros en su vida, tener ideales concretos y hasta trazar cronogramas y estructuras para lograr lo que quería. Pero era un efecto de corta duración, pues pasados unos días, volvía a la abulia habitual de una mente dispersa y ajena de todo lo que es concreto en el mundo. Tenía un trabajo de medio tiempo pasando música en un enorme bar del centro de la capital de jueves a domingo, pero este tipo de vulgares bagatelas no eran para él, pues aspiraba a mucho más.





Esa desazón de vivir se traspasaba a su parte física: Se le veía más delgado, la tez amarillenta del que no duerme ni se alimenta bien, el cabello empezaba a crecer desordenado en una cabeza más desordenada aun, llena de complejos, ires y venires propios de una personalidad trastocada al hedonismo y a la vez al sentimiento de una libertad mal encausada. Levemente encorvado, movimientos nerviosos y pasos alargados y rápidos a través de calles medio oscuras y mojadas, pues le encantaba salir solo a caminar y a fumar después de que la lluvia arreciaba. Le encantaba ver el asfalto húmedo y los charcos refractando las luces de la ciudad al caer la noche. Su rostro, a pesar de la juventud, ya mostraba pequeños surcos que se intensificaban mas cuando estaba ebrio, cosa que también últimamente se estaba volviendo más habitual. Ropa oscura desteñida completaba la foto de este personaje que avanzaba a tientas por la oscuridad de una vida llena de deseos sin lugar adonde apuntalarlos.







Lían a veces deseaba recurrir a la magia, a cualquier tipo de magia que le permitiera tener una vida más fácil y acomodad. Pensaba en la opción del dinero como un canal para poder hacerlo que se le diera la gana, aunque en el fondo no supiera en lo más mínimo que era lo que quería hacer con su aburrida vida. Ansiaba hacerse millonario a través de un golpe de fortuna como ganarse la lotería, o la aparición repentina de algún pariente lejano que le legara abundante fortuna. Estos trances de insulsez y estupidez lo abordaban cada cuanto y le hacían sentir más miserable aun al darse cuenta que tales sucesos no ocurrían y muy seguramente no ocurrirían jamás en su vida. Cuando era adolescente no tenía ni idea que sería de su vida, y en ese tiempo para él era algo tremendamente encantador. No sabía si terminaría trabajando en un abasto transportando bultos de comida de un lado a otro con su espalda, o sería un vigilante en un centro comercial o un hotel, o un empleado de alguna fabrica y se la pasaría todo el día operando alguna maquina o cosiendo zapatos. No lo sabía. Y no le interesaba. No le importaba qué clase de trabajo fuera con tal de que nadie lo conociera y él no conociera a nadie. No soñaba con socializar, ser aceptado y popular. Su vida no apuntaba a ese lado. Quería un sitio donde estar solo, o por lo menos no tener que estar hablando con todo el mundo. Eso quería.  Nunca supo por creía que lo verían como un pobre diablo, un miserable al cual no tenían por qué buscar y lo dejarían tranquilo. Él iría todos los días, operaria la máquina que le fue asignada, llenaría la planilla con el producido diario y después se iría. Al finalizar el mes le pagarían y con el dinero ganado sobreviviría dándose algunos placeres mundanos y eso sería todo. Viviría en una habitación en arriendo quizás, con una cama, un televisor, alguna ropa y una guitarra podría ser, pues la música siempre le llamo la atención como vía de escape. No hablaría con los vecinos, no le interesaría en lo más mínimo interactuar con ellos, solo con el arrendatario, a fin de cada mes, para pagarle el arriendo y ya. Prepararía su propia comida y así viviría muchos años, hasta que un día encontrara alguna chica que le gustara y se iría a vivir con ella.  Se iría a vivir con el a esa habitación y después buscarían una casa o un sitio más amplio donde vivir. Si llegaban a tener hijos, sería uno, máximo dos. Trabajarían para enviarlos a la escuela, el colegio, la universidad, y después ellos se irían a hacer su vida y él se quedaría solo con su mujer y moriría prontamente, pues no le interesaría vivir más de cincuenta años. Ver cómo llegaba la vejez y la debacle siempre le pareció algo muy morboso y aburrido. Después los años pasaron y Lian entendió que parte de ese destino gris era verdad. Muy pocas cosas no se cumplieron de su epifanía.


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Quiero conocer tu mundo....ese del que tanto hablas

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