viernes, 30 de noviembre de 2012

LA VIRGEN DEL CARMEN ELECTROACUSTICA (6)






UNA PROCESION ROJA

El día de la virgen electroacústica era una de esas oportunidades para ver la dinámica social entre la muchedumbre y la santa imagen.
Desentono doña Josefina aquella mañana, ya que temprano amaneció. Con la energía más simple empotro sus inertes piernas en la silla de ruedas y comenzó la función. Despertó a Encarnación, china inmunda abandonada por sus padres, algo jorobada, recogida por la invalida, por purísima lastima, según ella, pero con la intención inexacta de solucionar los problemas domésticos en su casa.

- ¡Encaranacioooooon! – Bramo la doña desde el portal de su cuarto. – Levántese haber ya, que hoy es la procesión…apúrese…

Después de un fingido desayuno ayunante la vieja entro al baño. Léase baño como: Cuatro guaduas sosteniendo unas bolsas delatoras y unos chamizos disfrazados de hojas secas, que trataban de dar intimidad a la vaporosa escena de la doña sentada en el piso mientras Encarnación, como puede, le refriega a la vieja sus verrugas, sus arrugas y sus dolencias, mientras la anciana controla la manguera negra por donde baja el agua desde el nacimiento hidráulico de la finca.
- Refriegue bien, gran vergaja, deje tanta pereza, que cría mala sangre…
- Si, ñora…
- Y hoy aproveche, y ruéguele a la virgencita del Carmen electroacústica, a ver si se limpia de tanto pecado que tiene encima, tanta pereza, tanta mala volunta pa hacer las vainas, por eso esta jorobada como esta…
- Si, ñora…
- Aunque no debería, le voy a comprar un rosario de la electroacústica, pa que la acompañe, a ver si se le sale esa maldad que tiene encima…

Y la pendeja se queda ahí, ansiosa, estropajo en mano, con cara de amapola, como si aquel rosario fuese la solución para alguna cosa en su vida.

El pueblo se engalano, como siempre, ante el evento anual. En todas las casa ondean banderitas blancas con la imagen de la patrona del pueblo, o cualquier trapo blanco que cumpla el mismo cometido. Empapelan los andenes con plástico barato de colorines daltónicos, para cuando pase la multitud, se vea todo más bonito. Apostados periféricamente al parque, puestos  repletos de chuchearías: Relicarios, estampitas, veladoras, collares de poca monta repletos de mercurio para alumbrar la noche sagrada, todo esto compartiendo podio junto a toda clase de baratijas y cuentas gitanas, casetes mal grabados de los músicos populares mas sonados, chiros de contrabando, a precios cómodos, toda clase de galguerías a saber: cocadas, obleas, turrones, melado, y suministros destructores de flora intestinal, ya que han sido aderezados por el polvo de la calle y el sol del día. Enredando los árboles del parque, la tan famosa “culebra” llena de pólvora peligrosa y luminosa, para el deleite de los participantes, dominados por tres castillos (en realidad son tres palos con algunos voladores, volcanes y pitos) los cuales se encienden a las doce de la noche, como cierre mágico de la festividad. El por que del encenderlos a esa hora y en honor de la patrona santa, se los dejamos a las mentes que los ponen y los disfrutan…

A las nueve de la mañana, salen las dos mujeres de la finquita, reconstruidas para la ocasión: La vieja Josefina con el vestido largo de flores, el pañolón que le cubre toda la cabeza, la camándula de pepas blancas en una mano, el libro con la novena a la electroacústica en la otra, sombrilla, por supuesto, para ella, por si el sol, medias veladas a tres cuartos de pantorrilla y pantuflas cómodas, como si su parálisis le permitiera disfrutarlas. La inmundicia de jorobada, por su parte, con un vestido que le había servido a alguna, para la primera comunión, y que a ella le quedaba como trusa de buceador, amarillento, como las hojas de un libro podrido, y eso si, remendado a mas no poder. Parecía una constelación de hilos, como un tapete chiroso y viejo.
En el camino a la iglesia se encontraron con otras matronas del pueblo. Todas recorriendo su camino, sonrientes, poniendo sus arrugados rostros al sol mañanero. Irían a cumplir la sagrada cita con la hacedora de milagros y favores, mas grande jamás conocida. Primitivas, decodificadas, entonando oraciones sampler, ojos entrecerrados, respiración entrecortada, ultravioletas de tanto absorber al astro rey, labios resecos, manos unidas, ágiles con el rosario,  soponcios brotando, uno que otro pedo, varices a punto de explotar, estampas y sollozos. La primera parte ya estaba cumplida. Eran las tres de la tarde y sin modificaciones, las viejuchas habían vaciado en la iglesia todo lo que tenían en sus pechos, por la electroacústica. Ahora, se empezaban a ver a los hombres, que se acercaban para sacar a la virgen a darle una vuelta por el pueblo. Modulando cada paso a su frecuencia, en decibel exacto, no pierden la señal. Nadie duda de su capacidad de ser sagrada. Termómetro de bifurcación fervorosa, entre los que circulan, a pasos cortos, ponchos de blancura increíble que ven a la nada y ruanas malolientes que lo ven todo. Estructura de composición de un pueblo necesitado y lleno de suposiciones. La masa sabe enmascarar su hambre y camina con la cabeza en alto, sin saber por que….

Adelante se puede ver, en la cósmica silla, a la vieja Josefina carreteada con la energía más simple, por Encarnación. Su joroba pesa, por el cansancio, unos veinte kilos más, pero por instinto de conservación, no se queja ante la vieja. Solo la empuja sin esperanza. Putea y maldice por su destino, por su sacrificio y quisiera colgar a su protectora de las piernas. La rodante peregrina, presidenta de la orden de seguidoras de las electroacústicas, con el vestido largo de flores, el pañolón que le cubre toda la cabeza, la camándula de pepas blancas en una mano y el libro con la novena a la deidad en la otra, por su parte pide ferviente favores para si misma, solapada en las demandas ajenas, con los ojos entrecerrados y en blanco. Levanta un momento la mirada hacia los montes que se ven frente al pueblo y piensa: “Malditos esos y sus devociones de mierda” Y de inmediato arranca con otro rosario. Su voz plañidera hipnotiza a todo un pueblo que viene detrás de ella y le hace los bises a la anciana. Así es un pueblo en sinfonía absurda. Así es un pueblo sin sentido.

Adelante se encuentran los más del pueblo. Las familias de los terratenientes, encabezadas por las señoras mas refinadas de la localidad, las que se reúnen todos los jueves a las cuatro de la tarde a jugar tute y jartar café como yeguas.  Junto a ellas, los hombres, con sus botas tejanas, sombreros de ala ancha y ponchos de una blancura increíble, finamente doblados y terciados al hombro.  No miran a ningún lado, excepto cuando ven alguna entrepierna de mujer jugosa, entonces agachan un poco la mirada y le hacen señas al compañero, para morbosear a la chica, sin que la virgen se de cuenta. Llevan en una mano la botella de aguardiente y en la otra a los chinos desobedientes y consentidos, que se creen el ombligo de dios. Y atrás de estos, la recua, o sea, todos los demás. Campesinos, trabajadores y arrieros con sus familias numerosas, ya que estos, no tienen en su software básico, el procesador para planificar, y por ende, se llenan de hijos en un santiamén. En una mano llevan la ruana olorosa y en la otra, la botella de chicha. Los niños, ni idea donde están, depuse aparecerán. A los costados se ven algunas parejitas, a la cual la virgen les importa cinco centavos, y solo piensan en como llegar a la copula, y así, alcanzar la cúpula en sus genitales.

Ese mismo día, desde el otro extremo del pueblo, él se levanto de la cama con un dejo a dolor de cabeza, producto de un mal sueño. Él sabia bien que la amaba y se dio cuenta de eso cuando decididamente acompaño aquella vez a Lorena a la procesión maldita de la virgen roja. Una virgen distinta a la electroacústica, que era la santa patrona del pueblo que seguía, monte arriba, llamado Purillo.

Todo ese espectáculo que se armaba en febrero pertenecía a un grupo de personas particulares, coherentes, espaciales, primitivas, evolutivas, como ella le decía, con las cuales muchos han tenido el infortunio de toparse. El solo sabia que Lorena gustaba de esas manifestaciones atrayentes, de las que ya había participado por varios años, los mismos en los que terminó visitándola en las tardes, viéndola brillar mientras la escuchaba leer esos libros viejos que su abuelo le regaló. Todo ese tiempo fue suficiente también, para que el supiera de toda esa enfermiza congregación, y para reconocer como el movimiento de la verdad la representaba perfectamente. Pero a el lo represento mas el deseo por ella y el saber que nunca fue su dueño.

Dicen que un 13 del mes de febrero hace unos sesenta años atrás, un grupo de radicales dispuestos a desbaratar el régimen de entonces, quisieron tomarse el pueblo. Ese pueblo, escondido entre costumbres mutantes, era en el que, según los curas, solo nacían engendros, ladrones y embusteros. Ese pueblo era el mismo de la procesión. Ese pueblo fue donde aquellos cayeron…

La marcha religiosa debía llegar al sitio denominado “El encanto” a las afueras de su pueblo y en donde hace tanto tiempo los revolucionarios debieron retroceder, ya que su plan terminó siendo un fracaso. Suceso aleccionante que marcaría su historia. Momento suspendido en columnas de plata que alienaba a esos marchantes, en los que ahora él se contaba, tal vez como una justificación, por culpa de un amor que Lorena le atosigo.

La procesión continuo y las veladoras rojas fueron apostadas en ambos lados de la carretera y en todo alrededor de aquel lugar, como un símbolo de iluminación para los que dieron su vida por la revolución y una señal de que no han sido olvidados ni sus antorchas extintas, y a su vez, los cantos se hicieron dejar llevar por el viento, animosamente. Lorena encendía veladoras y murmuraba palabras extrañas. El la seguía. Simplemente para el, ella era su dueña.

La luz de las veladoras dejaba entrever el grupo de personas en masa deforme, blandiendo banderas y recuerdos con la imagen de la virgen roja. A veces el podía ver los ojos de la sagrada imagen vigilándolo, y como reprochándole el estar allí, pues venia de ese otro lugar, donde a ella  no la querían por ser la otra, por ser la roja.

- ¡Al fin dejo de llover, electroacústica bendita! – Exclamo descubierta en emoción la vieja Josefina – Salgamos ahora si ha terminarle la procesión a la virgencita, que estamos justo a tiempo – Decía la anciana mientras la jorobada arrugaba la jeta y empujaba a la doña de nuevo a las calles. Habían tenido que devolverse a toda velocidad para la iglesia, pues la virgen no se podía mojar y el cuántico vendaval los había sorprendido a unas pocas cuadras de allí. Esperaron impotentes a que el recio aguacero amainara, para poder continuar la procesión a la hora que fuera. Ese año había sido el más duro, y ellos estaban marchando en esa ocasión por una buena cosecha en sus cafetales en off. Las deudas justo a tiempo, como siempre, les estaban ahorcando el cuello, y la fe en la milagrosa, intermediaria instantánea en sus adversidades, los obligaba a estar presentes hasta el fin.

De manera tacita, al entrar al sagrado recinto, los campesinos habían esperado a que los más acaudalados se sentaran en las sillas. Si quedaba puesto para ellos, muy bien, sino, pues a esperar de pie a que la lluvia pasara. Pero con el diámetro de los abundantes culos ricachones, obviamente se quedaron de pie. Pasaron el tiempo mirando al techo, contándose chismes, creando círculos fractales, criticando vestimentas no definidas, o a escondidas, destapando botellas en honor a su otra divinidad: La bebida. La cual también tenía seguidores de todos los estratos allí presentes.

- No…se nos daño la hijuemadre pólvora en el parque…- Reprocha un viejo apestoso de chicha, viendo impotente, en todo sentido físico y moral, como la lluvia desprendió la pirotécnica culebra de los árboles y la desmembró en medio de los charcos del suelo.
- ¡Ole! venga chino, tómese uno… - grita un fulano mientras destapa una botella de aguardiente “tapa loca” sin importarle que esta en un evento religioso.

- Ya se van a poner a tomar en la procesión ¡Que belleza!... - Rezonga una vieja mientras se soba un jarrete.

La luna ya había asomado. Era tarde y estaban cansados, o mejor, cansadas y borrachos. Los hombres no habían perdido el tiempo en la iglesia y a escondidas se habían bebido todo suministro traído de los estancos. Pero las tradiciones debían seguir, allende los mares de alcohol, y se reanudo de nuevo la marcha.

- Como ya es tan tarde, no alcanzamos a hacer el viacrusis – Propuso doña Josefina, con voz plañidera – Propongo subir por la carretera hasta el paradero de “El encanto”, yo se que es lejitos, pero con ese sacrificio, la virgen quedara satisfecha con nosotros…

Y toda la recua, entonces, empezó el ascenso hasta aquel lugar, en medio de oraciones, lagrimas de ira de Encarnación al sentir el cansancio en su alma de la cuesta arriba, visiones absurdas de los ebrios, y un miedo extraño que los envolvía, al dirigirse a aquel lugar. Su misterio tendrá…

Llegaron al lugar convenido los dos grupos dispares, precipitados por sus devociones, algunos seguros, otros en duda, pero en pertenencia obligatoria, las dos procesiones llegaron, por fin…

A lo lejos empezaron a veces esas luces lejanas y bizarras, y un temor los sobrecogió. Algunos borrachos se limpiaban el rostro y sentían de nuevo sus cinco sentidos intactos. Otros optaban por devolverse disimuladamente. Algo se veía a lo lejos y todos se hacían como podían, detrás de la virgen electroacústica, buscando su favor y protección.

Josefina esperaba la cercanía de esas gentes para comprobar sus presentimientos, y para darse valor, pasó las cuentas del rosario una vez mas entre sus dedos repitiendo las eficaces oraciones aprendidas de antaño.  Las antorchas que se ven a lo lejos alumbran  como candilejas por las partes de hierro de la silla de ruedas, lo cual hace temblar a la jorobada que la empuja. Y al igual que a ella, a todos los demás participantes de la procesión.

Lorena también ve a los que vine en contravía.  Su sangre la prepara para atizar, con su hermosa voz, cambiante de futuros, a los que van con ella y creen en la virgen roja.  Lorena entonces aprieta con fuerza un pequeño cubo que lleva en su mano. Ella sabia que este encuentro era inevitable. Ella lo había preparado todo, para que así fuera. Lorena y sus mil engaños, los mismos que les procuraba a los hombres que quería para si, mientras fingía orgasmos húmedos entre sus piernas, pero que nunca ocurrieron. Ni siquiera con el que hoy va a su lado, al cual nunca tuvo que fingirle nada, porque estaba demasiado ido por ella. Ni tan siquiera había que fingirle amor. Que el pendejo se enrede solo, no es asunto de ella.

Finalmente los dos grupos se encuentran, en el lugar exacto. Están en el propio centro de la carretera frente al paradero “El Encanto”. Los de la electroacústica ven espantados las innumerables veladoras rojas que están por todas partes. Los de la virgen roja miran con rabia a los cretinos del pueblo de más abajo que se creen mejor que ellos. Todos esperan señales de las líderes, dos mujeres diametralmente opuestas, como sus propias creencias.

- ¡Revolución! ¡Revolución! ¡Libertad! – Grita Lorena con pasión. Con furia. Como un animal ¡Vayan a esconder su verdad  y su vergüenza a otro lado así como lo hicieron hace décadas cuando les dieron la espalda a los que lucharon por y para ustedes! ¡Viva la virgen roja! – Y un atronador ¡Que viva! De los demás cuellos que estaban de su lado retumbo entre los pastales y los palos de eucalipto gigante de todo el lugar.

- ¡Niña, por dios! Súbase a su pueblo y medite en sus pecados –dice Josefina con voz enérgica pero menos exaltada – Su dizque patrona es una herejía mijita…Una mujer de carne y hueso….no es una santa patrona como la electroacústica bendita…hasta se acostó con hombres…. ¡Hasta parecía uno!

Lorena no respondió, a pesar de las carcajadas de los electroacusticos que celebraron de esa manera el ingenio de la vieja invalida. Se fue caminando lentamente hasta ella mientras se hacia un silencio sepulcral. Un silencio de expectativa en ambos bandos. Se quedo mirándola fijamente a los ojos, se agacho y le susurro al oído:
– Mira a la virgen que te ha hecho tanto bien…Mírala bien y ahora mírate tu….y ahora mírame a mi… ¿Por que si crees tanto en ella no te ha devuelto las piernas que tanto necesitas?

El silencio del momento fue suspendido por el karaoke del viento frío, que levantaba semillas de malestar improvisado.

De repente las pupilas de Lorena retornaron en ecos de sangre turbulenta. Tomó el balde con pintura roja que llevaba en su mano y con una asombrosa velocidad y total precisión, la arrojo sobre  la imagen de la virgen electroacústica, cubriéndola de un rojo eterno, y de paso a la vieja Josefina, que estaba delante de la imagen.

Y se hizo carne entonces la bestia pop. Comenzó el inevitable enfrentamiento en "El encanto". La caravana de rostros furiosos y enloquecidos se fusiono en ansias de poder destructivo. En Apocalipsis Now. La multitud se esparció por aquella carretera como el té que se derrama en el blanco mantel. Las estrellas se apagaban por momentos ante la furia desbocada de histeria colectiva. Las vírgenes cayeron al suelo y los yesos rotos descansaron por fin, desperdigados en las fantasías del suelo. Puños cerrados en caras extrañas creaban nuevos relieves en el cuerpo. Machetes afilados probaban su poderío a planazo limpio, bailando sobre espaldas humanas, que quedaban tibias después del impacto. Patadas de libertad abrazaban esos cuerpos hasta hacerse sentir copiosamente.

Encarnación no dejo de ver a la mujercita que con tanta pasión hablaba a todos, la veía con desesperante admiración, la deseó con locura, como se desea la muerte cuando se tiene un dolor intenso. Por eso cuando la vieja empezó a maldecir a esa diosa revelada, lo único prudente que pudo hacer para alabar esa aparición divina fue arrojar al piso a la transgresora, antes su patrona, y le dio tantos golpes como le permitía su pesada joroba. El, en medio de la confusión, como un fantasma, se abrió paso e intento quitar a la inmundicia de jorobada de su amada, pero entonces algunos enruanados se vinieron sobre el, en caída libre, y le acariciaron la cabeza a palos, hasta perder el sentido.

Despertó días después de su inconciencia, en una cama de un hospital de la capital. Todo había pasado, pero el no supo en que termino. Solo sentía en su boca, el sabor del trago amargo de las medicinas…




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EL MUERTO CONFIABA EN SU GENTE Y EN CALAVERA....


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