viernes, 16 de noviembre de 2012

LA VIRGEN DEL CARMEN ELECTROACUSTICA (4)



                                       RITA

Rita entro cabizbaja por la puerta de la universidad. Ella desfloro su mente, que ya no sabia palpitar. Se encontró de frente con un mundo que la enterró, como si ella no sirviera. Dejo de creer en dioses y en verdades. Se estrello muy fuerte con su propia sombra. Se intoxico de desilusión y una parte de su libertad se la llevo el olvido. Ya no era devota de la virgen roja, la misma que adoraban en ese pueblo que quedaba mas arriba del pueblo de Pedro Narváez, incrustado en la montaña. Ahora tenía tiempo de sobra. Ahora sobraba el silencio.

Era una estudiante más de las aulas de clase. Había llegado a la capital pensando que sus ideas eran nuevas y refrescantes en el universo comunista. Error. Eso que ella argumentaba, ya se sabia de hace tiempo. Todos se rieron en la concha acústica cuando inocentemente saco su escapulario de la virgen roja, pensando que así seria aceptada. Después de ese momento, la voz heredada por sus antecesores de la revolución zapatera, deambulaba escondida entre cerdos…

Rita. Ahora observaba con vidrios clavados en sus ojos. Se sentaba aparte y miraba nostálgica al grupo de sexto semestre, con pañuelos en la cara, protestando por alguna causa. Protestando por vagar. Protestando porque si. En su pueblo ella era la abeja reina. En su pueblo ella dirigía las proclamas. Aquí era solo un número. Aquí era el cero a la eterna izquierda.

- De frente camaradas… ¡Hasta la victoria! – Gritaba alguno del grupo y los demás se formaban neciamente, bajo el sol invisible de Octubre. Rita sentía que la bilis la mataría por dentro. No podía soportarlo.

A escondidas trataba de alimentar su amor por la anarquía, leyendo libros o viendo films de esencia punk, pero con el paso de los meses, empezó a sentir que ese sentimiento moría silencioso en su interior. Al final, quedo vacía, se entrego a su carrera, la medicina, creyendo que tal vez podría aprender a extirpar sus ideales, pero solo le dio vida al monstruo que había creado en si misma: La frustración.

Un día revisando revistas viejas en la biblioteca de la universidad, se encontró frente a frente con una foto de María Cano. La polaroid la miraba fijamente a los ojos, con una leve sonrisa. Rita no soporto esa mirada y bajo su cabeza, desesperada al no saber como hace el ser humano para borrar lo que se recuerda. Su sangre se elevo en temperatura hasta los cincuenta grados centígrados. Su sangre la odiaba.

Las clases que vinieron después de esos días le importaban un soberano culo untado de mierda. Todo era una mierda. Ella era una mierda. Ni la laringe, ni los riñones, ni las células, ni el sistema nervioso lograban levantarle el destruido animo, en medio de una de esas clases, en un reflejo de árbol, se levanto y se marcho de prisa a la calle, necesitaba pensar. Necesitaba el escape. Su mente estaba a punto de quebrarse.

Nicolás también estaba deambulaba entre peatones y trafico ese día. Se sentía magullado por el eterno pateo revienta bolas de lo que era su propia existencia. Era un desesperado miserable por naturaleza. Estaba condenado a sentirse infeliz para siempre. Y todo por Rita. El amor adolescente, colegial, pueblerino, pero puro y hermoso que perdió, dejando escapar entre sus dedos, simplemente porque algunos destinos son así. Y sufría mucho por ella, pero a la vez, de tantos golpes en la vida, ha aprendido que ella ya no está. Su cara ya no la ve. Sus manos se desintegraron en la memoria de su piel. Y no existe alivio. Rita. Extraña. Se desangró su amor intoxicante con los días pasados del calendario. El se cayó, también se levantó. Ella ya no está. Su locura, en cambio, permanece intacta.

Hace poco leyó un artículo, por casualidad, donde hablaban de la Cano. La roja. Su boca dibujó entonces una sonrisa agridulce. Aguantó el aire con cuidado y se dejo llevar por la mente ociosa. ¿Es que ya paso tanto tiempo como para olvidar?

Rita encendida en llamas. Su cuerpo de blanca piel, dándole calma y alimento en esas noches borrascosas. Ella parecía una mujer mucho mayor. Ella tenía como cien años…

Hizo de sus sueños los propios y de sus anhelos el oxigeno que respiraba. Se llenó la vista de sangre y fuego, por ella: Rita y su lengua incendiaria. Ideología piromaniaca. Figura venusina y bélica ¿Dónde andará ahora? Ella aparentaba saber donde iba. Ella si que sabía aparentar entre el viento.

Separó la mujer revolucionaria, y la mujer real. La que nunca pudo tener, a pesar de haberla tenido inmóvil y temblorosa en su cama, la noche esa, en que se fue la luz en el pueblo.

Todos le conocieron como un joven de la casa, siempre tan de: “si mama, ya voy…” transformado después de filtrarse en el espectro de Rita, en un contestatario. Se juntaban a la tarde, convertidos en fabricantes de revoluciones, detrás de los baños del colegio, mientras escribían versos y azotaban sus lenguas con fuerza. Ella secaba los ríos internos con su boca, que sabia succionar. El perdía su camino entre sus senos, redondos y hermosos, a un millón de años luz de los pechos de las demás niñas del colegio. Si. Rita y su olor a sexo.


Rita recordó la muerte de su padre, el que le enseño a leer y a entender de que se trataba la lucha de la libertad. Había sido un bolchevique del pueblo, heredero orgullos de la ideología de esos veinticinco que habían luchado con Narváez. Recordó esa noche en que el cáncer pudo más que el espíritu y finalmente sucumbió rendido de dar la lucha, ante la muerte. Rita no pudo dormir en esos días y se la pasaba leyendo el último libro que su padre le regaló: Su diario. Se sentaba frente a la habitación, en una de las sillas del corredor angosto, por fortuna bien iluminado, con el libro sobre sus piernas y se arropaba con la manta que su madre le había traído unas noches atrás. Esa madrugada Rita despertó con la sensación de que el no estaba mas dentro de la habitación… y del mundo.

Nicolás caminaba en las noches, las mismas que le abrían los ojos y no lo dejaban dormir. Le corría a todo lo que el presentía que s ele venia encima, y ese algo era el recuerdo de Rita y su propia vida, absurda y sin sentido. Buscaba en medio de las luces de los autos y de los altos postes de luz, el rostro de Rita. A veces se embriagaba y totalmente desquiciado, gritaba el nombre de Rita a todo pulmón, por la sed de verla sentada a su lado, en la vereda de la verdad. Pero el destino, sabio de vivir por siglos, impedía sabiamente el reencuentro, tanto así, que ese día que Rita salió del aula de clases a deambular y pensar, el iba en el mismo anden en sentido contrario, y justo cuando sus pasos los iban a reencontrar, un fuerte vendaval asomo de la nada. El siguió su camino, pues no le importaba la lluvia. Rita estiro su mano y pido un taxi.

Ese día el destino se rio a carcajadas hasta quedarse dormido.

Nunca más se volvieron a ver.

Nunca.


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EL MUERTO CONFIABA EN SU GENTE Y EN CALAVERA....

1 comentario:

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