Es La Medianoche
La oscuridad más profunda cubría como un grueso manto en la justa medianoche a todo el pueblo. Es la noche del ultimo día del año. Desde las casas se escucha el festejo, los abrazos, las risas, las lágrimas. La tormenta en precisa sincronía se desprende del cielo y sus rayos atemorizan y apagan todo vestigio de celebración. La planta eléctrica del pueblo sucumbe ante tan teatrales descargas y se va la luz en todos los hogares. La música se ha apagado y ha sido reemplazada por el sonido de la lluvia que cae sobre toda suerte de tejados y superficies, generando tonos monótonos y abrumadores. Otto estaba pasando la festividad en casa de un amigo, y no alcanzo a irse hasta la suya, que quedaba en las afueras de pueblo. Se vio obligado dada la circunstancia a permanecer encerrado en la casa de este último y a falta de algo mejor que hacer, e influenciados por el clima y el ambiente oscuro de los primeros minutos del nuevo año, decidieron hacer una sesión espiritista, una práctica en la que el amigo de Otto, quien respondía al nombre de Hermann, y quien insistió hasta convencerlo, era muy versado. Decidieron cazar algún espíritu al azar, ya que después de charlarlo varios minutos, no llegaron a un común acuerdo sobre quien llamar puntualmente para el experimento. Después de realizadas las minucias del proceso empezaron a escuchar una voz que venía de las entrañas mismas de la inquietante oscuridad que se adivinaba más allá de la lumbre de las velas y que se lamentaba quedamente, pero sin responder a ninguna pregunta de sus consultores. A cada una, solo un quejido o un lamento largo era toda la respuesta. En alguna de estas preguntas, el espíritu contesto:
- ¡Esta noche no!
Otto, que hasta ese mismo instante había sido más bien escéptico con las facultades de su amigo en cuanto a temas extraterrenos, permanecía inmóvil en su silla, impresionado por lo que estaba sucediendo, pero curioso al mismo tiempo, lanzando preguntas, pero con un mal presentimiento en su adentro, al saber muy bien que no se debe jugar con fuerzas desconocidas. De un momento a otro, ante un lamento de aquel espíritu que no se sabe por qué llego a visitarlos ante la convocatoria, todas las luces de las velas dentro de la vivienda se apagaron y los dos, en medio de las tinieblas, mientras la lluvia caía sin cesar y el viento aullaba agresivamente, quedaron petrificados en sus sillas, presas de un terror indescriptible. Otto reacciono como pudo y salió a correr a tientas en medio de la oscuridad por aquella casa, tropezando y cayendo, guiado solo por los breves intervalos de luz que brindaban los rayos afuera, solo para darse cuenta que después de dar algunas vueltas sin encontrar con suerte la salida volvía siempre al mismo cuarto donde su amigo estaba sentado, en completa calma. Hermann suspiró y, bebiendo un trago de aguardiente se dirigió a su amigo y le dijo:
-No debes temer. En mi experiencia te digo que es inútil sentir ese miedo y ese deseo de escapar. Siéntate y respira profundo.
Otto seguía horrorizado y en su cabeza las palabras del espectro: "Esta noche no" Seguían dando vueltas hasta que el mareo le llevo a vomitar la cena que había devorado minutos antes. Sentía que no podía respirar bien, sudaba copiosamente, no soportaba las tinieblas en las que estaba envuelto. Intento encender un fosforo con manos temblorosas, sin éxito alguno. Lo intento con uno, dos, tres, pero no había caso. No pidió rastrillarlos contra la caja. Gritó, intento de nuevo buscar la puerta que daba a la calle, al fracasar de nuevo y volver a la habitación, lleno de horror y de desesperación, cerro sus ojos. Luego se desmayó.
No supo cuánto tiempo paso y al volver en sí, vio una luz. De nuevo las velas estaban encendidas y eso lo tranquilizo un poco, en medio de la confusión. Estaba sentado en la mesa, y su amigo continuaba frente a él, sentado, bebiendo largos sorbos de aguardiente. La voz ya no se escuchaba ni los lamentos. Pero algo lo asusto de nuevo: En la mitad de la habitación ahora había un féretro. Hermoso, a decir verdad, de caoba brillante, lleno de adornos, detalles, acabados. Un ataúd magnifico realmente. Dentro de él, alguien de buena talla, cabría perfecta y cómodamente. En ese momento el reloj marco la hora en punto: Medianoche.
Y una vez más la escena se repitió. Una voz pronuncio las palabras: "Esta noche no" y de nuevo las velas se apagaron y la tormenta volvió a hacerse sentir afuera en el pueblo y los rayos con su vigor aderezaban el valle y Otto corría ahora más afanado que antes, buscando a tientas la puerta de salida, solo para descubrir que volvía una y otra vez a la habitación, chocándose con la mesa, las sillas y ahora el féretro de caoba fina y esplendidos acabados. En uno de esos ires y venires choco fuertemente su cabeza contra un muro, y cayo derrumbado e inconsciente al suelo.
La lluvia continuaba el concierto de aquella noche sin conocer pausa. El viento recio mecía sin compasión los nogales y los eucaliptos. Otto despertó de nuevo, aturdido por el golpe que se propino en su infructuosa huida. De nuevo las velas estaban encendidas, pero ahora la escena se volvía mas macabra: Estaba dentro del féretro. De un brinco salió presa del temor y la confusión. Hermann lo miraba fijamente, pero no pronunciaba palabra. Otto necesitaba escapar, no podía quedarse allí. Pero ¿adónde ir? ¿Cómo salir de aquella situación en la que estaba metido? Una idea cruzo rauda y veloz por su mente: tomo una de las velas y sin pronunciar palabra a Hermann salió de la habitación alumbrándolo todo. Bajo las escaleras y observo la puerta. Tomo la chapa y la giro. La lluvia caía fuertemente pero ya no le importaba, ¡Estaba afuera! Al dar un paso la vela se apagó. Otto la arrojo y arranco a correr, sin mirar hacia atrás en ningún momento, decidió a llegar a su casa lo más pronto posible. Atravesó las calles oscuras y frías, adivinando el camino a través de los rayos que caían fuertemente sobre la tierra. Llegó por fin a las afueras del pueblo y comenzó a subir un antiguo camino de herradura hacia su morada. No sabe si pasaron horas o solo minutos, pero nunca se detuvo en su loca carrera. Finalmente, diviso la puerta de su casa, saco con ansiedad las llaves de su bolsillo, abrió ansioso y al ingresar, cerro con fuerza tras de sí y se quedó sujetando la puerta, mientras tomaba aliento. Su casa estaba totalmente en silencio y en la más infinita oscuridad. Justo en ese instante el reloj marco doce campanazos. ¡Doce! y acto seguido escucho como alguien le susurraba a su oído: ¡Esta noche no!
Otto grito horrorizado y cayo de nuevo al suelo, perdiendo la consciencia, una vez más.
Abrió de nuevo sus ojos. No sabía dónde estaba. Al levantar la cabeza se golpeó con algo en medio de la oscuridad. Intento moverse, pero descubrió que estaba amortajado. No tardó mucho en descubrir que estaba encerrado en el féretro. Escuchaba a su amigo Hermann reírse a carcajadas, mientras intentaba moverse dentro del cajo, o gritar, pero tenía tapada su boca con alguna suerte de trapo. Hacia ruidos con su garganta e intentaba sacudirse sin éxito alguno. se quejaba e intentaba lamentarse sin conseguirlo del todo. Paso un rato en esta situación hasta que comenzó a rendirse. Sintió el terror de la muerte y comenzó a llorar como un niño. Pensaba: No me quiero morir. Esta noche no. ¡Esta noche no! Y justo al pensar esto el trapo que cubría su boca se deslizo suavemente. Otto comenzó a gritar dentro del ataúd:
- ¡Esta noche no! ¡Esta noche no!
Entonces cerro sus ojos y grito con toda la fuerza de sus pulmones aquellas palabras, llenas de espanto y miedo:
- ¡Esta noche no!
Despertó sobresaltado en su cama. Era el día siguiente. La mañana del primer día del año nuevo. El reloj soltó las 7 campanadas. Estaba en la seguridad de su cama. No supo bien explicar lo ocurrido. Nunca más volvió a buscar o a visitar a su amigo Hermann. Con el tiempo y después de cuatro meses de tratamiento para sus nervios, decidió desactivar los relojes de la casa, pues no soportaba el sonido que hacían. Tomaba medicamentos para dormirse siempre a las nueve de la noche, pues nunca más pudo soportar el estar despierto y llegar en ese estado a la medianoche.
La noche tiene mil ojos, y el día, solo uno…
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Somos sombras en tiempos perdidos...
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