Hola a todos:
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Fugazzeta
del umbral
Trepar
es recordar. Eso pensé la noche en que el cielo, cansado de su color antiguo,
descendió hasta rozarme el cuello. No había rejas visibles; sólo una sucesión
de líneas oscuras que parecían respirar. Entonces oí las voces. No hablaban, no
pedían, no suplicaban: simplemente estaban. Voces sin cuerpo, desligadas del
tiempo, adheridas a un dolor que no era de nadie y, por lo mismo, de todos.
Desenrejar,
ése fue el verbo que surgió sin que yo lo pensara, significaba arrancar algo
más profundo que un barrote: significaba abrir una grieta en la realidad,
permitir que lo prohibido circulara otra vez. Trepé. Sentí el cielo encajarse
en mis pulmones, como si cada peldaño fuera un recuerdo que regresaba para
cobrarse su deuda. No supe si ascendía o descendía; en ciertos territorios esos
movimientos son la misma cosa.
Arriba,
o abajo, las voces seguían allí. Tenían la temperatura de un rostro olvidado y
la precisión de un destino ya escrito. Entendí que no buscaban ser liberadas,
sino repartidas. El dolor, decían sin decirlo, sólo encuentra alivio cuando se
divide en muchos.
Extendí
las manos. Toqué la reja inexistente. Y se deshizo.
Entonces
quedé solo, rodeado por un cielo que ya no era del mundo, y por unas voces que,
al fin, reconocí: eran mías. Y también de alguien más, alguien que quizá nunca
estuvo, o que estuvo desde siempre.
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Pienso que estamos al borde, al borde de un cielo sin sol...
