Niña
Dulce
Esas eran tus
risas estrepitosas en el parque mientras yo corría en círculos sin expresión
alguna en mi rostro. Compartíamos los crayones de las cajas sin importarnos si
eran tuyos o míos. Martes. Olor a galletas recién hechas desde la cocina. Dibujábamos
cielos amarillos y soles azules porque queríamos ser diferentes a los otros. Yo
con mi enorme maleta, tropezando y cayendo, y tú con tu jardinera, levantándome
y secando mis lágrimas. Los tarros de chocolatines saqueados en una pícara
complicidad mientras todos nos miraban sospechando de nosotros. Solías quedarte
sentada mirando al cielo y hacías como si yo no estuviera ahí. Entonces yo me
alejaba y me quedaba observándote por el enorme ventanal que daba a un jardín
desbordante de rosas y claveles. Tu inexplicable miedo a las sombras por la
noche y yo prestando guardia hasta que te quedaras dormida. Robándole el tiempo
a la monotonía de las tareas y las manualidades de la vida. Los juguetes y las
risas desperdigados por la habitación. Los accidentes felices en la pared, en
la cocina, en cualquier lugar de la casa. Anhelaría volver a escribirte en tu
cuaderno de caligrafía, espero no te molestes, es que el mío lo olvide en
cualquier otro lugar. La misma canción sonando ochenta y dos veces. Cielos
mandarina. Cabello olor a chicle. Manos pegajosas. Los sujetadores para el
cabello y la quimera de lo posible y lo imposible. Todavía recuerdo tu forma
tan peculiar de vestirte. Recuerdo también tu mirada perdida frente al espejo y
el anaquel de plástico rosa. Un día comenzaron a salir arco iris de ti y alguien
te alzo en brazos para ponerte en una cama con rueditas y tú lo encontrabas
gracioso mientras yo estaba furioso. Pero no lloré. Realmente me hubiese
encantado haberte conocido. Me dijiste que si tenía algo que decir lo dijera de
una vez. Todo menos “Quédate”. Yo temblaba atascado en la miel que me aferraba
como una cruel colmena. Quise retenerte entre mis brazos, pero ni siquiera tu
nombre atrape. No he encontrado para nada divertido el hecho de que ya no
volverás. Así que: ¡Adiós dulce niña!
¡Adiós! Yo seguiré visitándote los domingos en la tarde dejándote tus globos y
tu algodón de azúcar sobre el mármol frio…
Desearía poder
encontrar normal el que te hayas ido.
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Me atragante de invierno, me incendie de paz...