Ella desdoblaba las servilletas al igual que lo
hacía con su corazón. Después de merendar, se limpiaba con ellas y las arrojaba
a la basura, al igual que lo hacía con su amor. Nunca tuvo motivos para
reprocharle nada. Lucas sabía muy bien que el trato había sido tácito y se
limitaba a cortejarla sin éxito alguno, mientras ella lo miraba con ternura.
Pero no esa ternura de amantes exhaustos después de hacer el amor. No. Era más
bien con el cariño que se le puede tener a un perro, a una vieja porcelana, a
un edredón heredado por la abuela.
Ella miraba todo con ojos que Lucas no podía
tener. Por eso él siempre sintió que de
una u otra forma ella lo despreciaba, pero cortésmente. Era una mujer incapaz
de mostrar en su rostro, en sus acciones o sus palabras, señal alguna de
enfado, vulgaridad o desdén. Lucas quería que lo ayudara a ver esas cosas que
él no veía, pero ella simplemente guardaba silencio o pasaba sutilmente a otro
tema. Era imposible escrutar a alguien así. Lucas lo intento, y solo logro que
ella lo mirara y le dijera "Hola". Claro, ella permaneció entera, de
pie, esperando su respuesta. Pero nunca se entero que Lucas se había derrumbado
por completo, pensando, de manera infantil que se había dado cuenta realmente
que él existía. Y eso es a lo que Lucas llamó imaginación.
Nunca supo bien que lo motivo a enamorarse de
ella. Solo sabía que cada vez que le encontraba un defecto que lo llevara a
desanimarse, aparecía una nueva virtud, una nueva cualidad, un renovado gusto
por su belleza física. Era un sentimiento felino que tenia más de nueve vidas.
Y nunca moría. Nunca paraba de crecer. Ella llegaba al lugar donde Lucas estuviese
y nada ni nadie se movía entonces para él. Detenía su tiempo. Asesinaba las
agujas de su reloj interno con su cadencia innata. Siempre estaba en su cabeza.
Siempre. Como un tatuaje en su lóbulo frontal, en su hueso parietal, en las
corneas de sus ojos. Eso fue lo primero, después descubrió con asombro que su
cuerpo no iba donde Lucas quería, simplemente se limitaba a seguirla. Ella
había sido elegida por él, por encima de cualquier otra mujer. El problema era
que ella no lo sabía. O tal vez si, pero no le importaba. No era que lo odiara,
simplemente no lo amaba.
Pero no todo fue tan malo entre los dos. Tuvo
también la oportunidad de tenerla entre sus brazos, de besarla, de decirle
cosas que sintió por ella, pero no de una manera total, pues temía que alguna
desbocada declaración la asustase, o la hiciera pensar que Lucas se estaba
tomando todo demasiado en serio y eso la alejara. Pero, para él todo lo relacionado
con el amor o la pasión eran en serio. Desafortunadamente Lucas creía que no
debía hacerlo de esa manera entonces se escudaba detrás de frases inteligentes
que no eran suyas, tomaba actitudes que no le pertenecían. Con el tiempo
terminaría arrepintiéndose de eso, pues al analizarlo bien, ella jamás lo
conoció. Nunca supo quien era Lucas en realidad. Y eso lo puso más triste aun.
Aunque podría ser que ella si sabía más de él de lo que Lucas creía, pues lo
miraba en silencio a los ojos y no decía nada. Solo lo besaba. Y los ojos son
la ventana del alma, según dicen. A menos que los vidrios en él estuvieran
rotos, entonces si, no supo quien era Lucas. Y es algo muy probable.
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NO SOY LO QUE PAREZCO. Y USTED TAMPOCO...
Me parece precioso el final. Y si, después de besos y pensadores uno nunca termina de conocer a las personas.
ResponderEliminarNunca había pensado que los vidrios de las ventanitas del alma pudieran romperse.
Un abrazoooteee