Delirio
Estoy
aquí, caminando bajo la noche, cruzando las sombras como los rayos de la luna
entre la espesura. Quisiera poder ser invisible, quisiera poder pasarme a otro
cuerpo, y correr, huir. Mis ojos en medio de la oscuridad se disocian de la
realidad en la medianoche y veo formas extrañas. Camino por las calles, pero en
realidad es como si estuviera en otro lugar. El asfalto es como un habitante,
con cuero de serpiente. Se enrosca a mis pies y se contrae. Los edificios son
como la maraña que no permite avanzar. Veo a los habitantes que pasan a mi
lado, inútiles y vacíos, van caminando riendo, pero sin gesticular. Van
avanzando siempre en filas eternas, directo hacia el abismo. No hay más
hormigón ni cemento, en la selva estoy, en medio de tanta espesura casi no
puedo avanzar, solo algún rumor de matanzas me llega. Las ventanas se apagan y
ríen. Las luces de la ciudad morirán, para volver. Veo nacer una sombra de pie,
huele a azufre y sangre. El cielo gira y cambia de colores. Es mi mareo que
viene desde el fondo de mi cerebro. No creo que yo esté muerto. No sé si quizás
haya sido el vino, pero todo da vueltas a mi alrededor. Tengo vértigo y temo
caer en alguna de esas enormes ulceras de la tierra. ¡Que lejano se percibe el
sol de siempre! Todas las zonas son oscuras. Deforman el dolor del espacio y se
encandilan. Nunca fue igual esta jungla de hoy, nadie quiere ya las flores del
campo. Toda la sustancia de la noche se ha derramado entre ellas, así como los
hombres se agrietan con la edad. Los caminos de la muerte son numerosos y
extraños. La sombra me invita a continuar. Quiere mostrarme las luces de la
noche donde ella se refracta para ser, para estar. Nada se detiene allí, ni un
solo instante; los enormes arboles oscuros palpitan en el gélido oleaje del
viento. Sus ramas se aparean entre el manto de niebla. Se enroscan sumidas en
el vacío, danzan ceremonias vudúes. Es posible que no pueda yo desde el nervio
de mi ojo comprender si finalmente esto que veo sea arte, pero este es un mundo
de dulce amargura, entonces quizás, sí. El beso de la noche fría en mi mejilla
perdura por siempre, me hace reflexionar desde un estado ambivalente donde los
pensamientos profundos son un deber, dejando en ellos el dolor del ser, al
comprender que la luz no siempre es todo. Mi espíritu indignado se tienta a
huir a través de mi mirada oscura. El mundo en el que vivimos entiende el amor
como una insensatez, una distracción. La esperanza se va extinguiendo conforme
va pasando el tiempo. Asoma una tempestad terrible. Se acerca ya la forma del
trueno. El cielo triste se pone inquieto e inquietante. La tormenta cae y las
gotas se clavan en la tierra como cascos de enormes bestias, pisando y
destrozando. Escucho gritos de seres que mueren dos veces. En mi deambular sin
rumbo fijo vuelvo a mi habitación venida a menos. En la mesa está la araña de
fiebre, en mis pensamientos, propios y ajenos, no hay conexión hacia el reino
de la lengua. Se hace más apretado el nudo estrecho en la garganta, es difícil
mantener la cabeza en su sitio cuando los que te rodean la han perdido y te lo
echan en cara. Intento forzar el corazón, los nervios, tendones y músculos para
tratar de seguir en movimiento a pesar de estar preso de este singular sopor.
Pero no hay caso. Soy como una estatua en medio de mi habitación. Una bola de
piedra. ¿Sera esta la despedida? ¿Sera el momento de partir? Dura es la espalda
y áspera es la soga. Besare a los que amo desde mi forma astral. Diré adiós al
recorrido sacudiendo fuertemente mi mano. Luego en la tumba estaré helado de llanto.
Ahora
todos son como yo. Tengo miedo. Ya no podremos vernos. En estas letras solo he transcrito
el dolor de un ajuste malogrado. Soy un completo abismo.
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Somos sombras en tiempos perdidos...
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