EN
LA PRADERA BAJA
Despunté en la vereda pradera
baja, acompañado de los amigos campesinos del norte del Tolima. No sé si
terminar en aquel lugar fue parte de lo que algunos llaman destino, pero allí
fue donde la vida me llevo para crecer junto con quienes mi camino compartieron.
La ruta voy recorriendo escuchando por lo bajo la frecuencia en AM hasta
perderse en los caprichos de las curvas del camino. Y siento orgullo desmedido
en mi corazón y lo pongo a disposición del que también siente o quiera sentir
orgullo campesino. Deseo hoy exaltar mi
origen de montaña, soy la sangre que hereda la esperanza de ser libre y amar la
tierra. Quizás mis pasos quedaron grabados en las montañas o en los caminos de
herradura que transite muchas veces, muchas, tantas que no puedo ni recordar
cuantas. Esas carreteras y esas montañas a su vez quedaron grabadas en mí para
siempre, como las historias de los compadres, su trato siempre tan amable, su
hospitalidad desmesurada o el zumbón sonido del machete del trabajador en medio
de la larga jornada.
Cayó la noche en la vereda
pradera baja, junto a los nobles campesinos con los que comparto el gigante
ocaso bajo un remanso infinito de estrellas. Refractan su luz sobre las
piedras, como si fueran espejismos benditos. ¿Cómo explicar la enorme alegría y
emoción que genera en mí estar acompañado con tan bellas personas? Honrado de poder
escucharlos y compartir su solitaria
resistencia. Arrieros soñadores de costales y de luz que supieron ser señores
en el campo sin final. Y cuando llegan a los pueblos aledaños a beber un
aguardiente de caña, del anís de sus propias montañas, los ojos se les escapan
hacia un lado del camino, porque ha nacido campesino y antes que cualquier otra
cosa un Colombiano. Podría ser que, de pronto, estas letras que hoy estoy acá
plasmando en el papel les lleven un poco de alivio a sus penas y tristezas. O
hacer feliz a cualesquier persona que se entere que yo jamás lo olvidaré.
Me despedí en la pura madrugada
de estos habitantes que a cambio de nada me ofrecieron su poco, que fue todo
para mí. Que fue oro para mí. Los vientos de la mañana haciendo remolinos,
levantando polvo y sangre campesina indeleble al paso del tiempo. Y me fui de
allí feliz al compartir su estoica lucha, sostenida con trabajo y humildad. No
con armas, sin panfletos, sin marchas sobre el asfalto ni pancartas. Se lucha
al levantarse cada día a trabajar la sagrada tierra, se lucha al resistir y
existir. Al producir, sin envidias hacia el otro, sin ambiciones desmedidas,
sin prepotencias ridículas. Y que la memoria lo decrete siempre de esta forma. Parece
que jamás alcanzara el tiempo de una vida para historiar las hermosas tradiciones
de nuestro amado campo Colombiano. Yo me fui de aquel lugar, yo me salí, pero
lo hice con su permiso. Quizás vivir entre el asfalto sea para mi mayor
desgracia, pues la tortura de sentir el aroma de la montaña y la música del río
bajando, sea la mayor de mis tristezas. Me siento bien conmigo mismo al saber
que yo vengo de allí y que nunca, nunca lo olvidaré. Nunca los olvidare...
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Cantaba al remar en su canoa a ritmo firme el pescador...
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Cantaba al remar en su canoa a ritmo firme el pescador...
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