Las
flores en la ventana. El sol de las diez de la mañana las iluminaba. Un suave
viento las iba meciendo. El bus pasaba ruidoso y ella se asomaba aun con algo
de sueño y después corría la cortina blanca, un poco gastada ya y se volvía a
tirar en la cama. Sus sentimientos se revolvían furiosos en su pecho y sus
pensamientos se estrellaban violentos en su cabeza y Charlotte se mareaba,
entrecerraba los ojos y se quedaba dormida. El gato ronroneaba y se tiraba en
el pequeño tapete. Pasaban las horas en el reloj de péndulo de la pared de
pintura gastada, impregnada de sombras de sus tiempos perdidos. Habían pasado
varios meses. Vivía sola en una habitación en la ciudad lejos ya de la casa de
los abuelos de Lucas. No quería saber mas nada de él. Comía sola y amaba en
soledad. Amantes no habían faltado. Todos transitando en lapsos cortos de
tiempo por su vida. Nadie interesante. Nadie a quien referenciar. La mesita de
noche y el cajón repleto de cartas eran como una manía. Algo cotidiano. Le gusta
abrir el cajón, levantar un poco la vista hacia el techo y tomar una carta al
azar. Sentía como la voz de él parafraseaba su lectura. Sentía su aroma a
cigarrillos y la calidez de aquel cuerpo. La tinta en algunas de esas cartas tomo
un color sepia que las hacia más interesantes aun. Parecían algo antiguo. Una
ornamentación vintage. Un souvenir.
La
lluvia caía violenta en la ciudad. El invierno arreciaba y empapaba todo a su
paso. A veces llovía tan fuerte que no se podía ver más allá de un metro. La
lluvia modificaba los paisajes. Cambiaba el comportamiento de la gente, del
tránsito, de la vida misma. Charlotte abrió de nuevo sus ojos y ya iban a ser
las tres de la tarde. En la nevera no tenía comida. De hecho no tenia nada. La nevera
estaba apagada y desenchufada desde hacia mucho tiempo. En la cocina solo había
dos o tres ollas y algunos trastes viejos. En la alacena aun le quedaba una
lata de atún. Charlotte la abrió con desgano y el gato empezó a refregar su
lomo en la pierna de ella. Se sentaron los dos en la cama a comerse esa lata de
atún con un vaso con agua del grifo. Las gotas pegaban furiosas en la pequeña
ventana de su habitación. A ella no le importa. Ella solo salía de noche. A
Charlotte siempre le gusto bailar sola en los antros nocturnos del centro de la
capital. Encendió un cigarrillo y vio la televisión sin volumen. Charlotte
estaba atrapada en la inmensa abulia del desempleado. No había horarios que
cumplir. Nada por hacer. Ningún lugar adonde ir.
Ningún
lugar adonde ir...
A las
seis de la tarde entraba en la ducha. No tenia agua caliente, pero le gustaba
el agua fría, que ese día estaba mas helada que nunca, se tomaba su tiempo para
lavar su cabello, largo, algo ensortijado, y muy abundante. Hacia poco había
cumplido veintitrés años. No sabía si podría tener hijos o no. Probablemente no
podía hacerlo. Alguna vez estuvo embarazada pero a las pocas semanas le
detectaron un embarazo ectópico y no pudo ser. Una desilusión más en su vida.
Un momento más para tratar de olvidar. Charlotte tenía un buen cuerpo. Su piel
era blanca, sus cejas gruesas y marcadas, su sonrisa picara y maliciosa. Era
una excelente bebedora de cerveza. El cigarrillo era un vicio que nunca había
abandonado. Su familia le enviaba algo de dinero del extranjero. Creen que esta
en la universidad y que en algún tiempo será una gran diseñadora. Una gran
farsa. Ella abandono en el primer semestre. Ella quería correr ebria por la
avenida séptima los viernes por la noche. El dinero servía para pagar su pequeño
apartamento, el internet que no le podía faltar, para pagar transportes, bebidas
y algo de comida. Era una buena vida, pero ella sabía que en algún momento todo
eso se vendría abajo y aun no sabía que se iba a poner a hacer. Charlotte no tenía
ninguna preparación para trabajar,
excepto la experiencia como cajera del supermercado. Siempre se imaginaba
vendiendo cosas usadas o manillas de hilo en la plaza España y le daba risa,
pues pensaba que terminaría allí tarde o temprano aunque no era esa su
vocación. De hecho, ella sentía que no tenía ninguna. No le gustaba pensar
demasiado en eso. Recordaba a su padre y le daba vergüenza. El hombre alto de
bigote recio al cual ella siempre amo. El ya estaba muerto. Ella fue motivo de
alegrías y tristezas a lo largo de la vida del hombre. No hablaba de como
murió. Esos temas eran de una naturaleza delicadísima y privada. A veces lloraba.
Los recuerdos adolescentes y la vez que se fue a vivir a otra ciudad con aquel
hombre casi en contra de los deseos de su padre. "Que mierda, me hubiera
quedado mejor en casa" pensaba Charlotte y corría rápidamente la pagina en
su mente y se entretenía con cualquier otra cosa. Estaba pensando en escribir
un libro. No sentía que era muy buena haciendo eso, pero a ratos le llegaba
inspiración. Alguna vez conoció a un chico que le gustaba escribir y Charlotte
le pedía que escribiera algo sobre ella y para ella. Pero fue una gran
decepción. Su mesita de noche estaba llena de sus cartas. “El
tonto escritor” Pensaba. Y suspiraba para olvidar.
La
ciudad últimamente andaba muy alborotada. La gente salía a las calles a marchar
y a protestar. Ahora era por el tema del transporte público. Siempre llegaban
las fuerzas especiales a dispersarlos con fuertes chorros de agua, gases
lacrimógenos, detenciones y golpes de bastones y botas. Pero la gente siempre
protestaba. Decían por ahí que algunos sectores privados estaban financiando
esas protestas porque querían un estado de caos. Querían alborotarlo todo. En
Venezuela las cosas iban peor. El régimen socialista estaba cansando a un gran
sector de la población, pero allá la represión era más fuerte. Mucho muertos,
detenidos, torturas, desinformación. Los países de Bolívar andaban de capa
caída. Charlotte observaba esas noticias por la televisión. En las redes
sociales también la gente opinaba mucho, pero ella trataba de no meterse en
eso. Ella era hedonista. Ella nunca gusto de la política. Ese era un jueves
para salir a la zona de chapinero. Había allí un bar ochentoso y medio dark que
le gusta mucho. El tipo que lo atendía era un gordo medio calvo de cabellos
largos que vivió la década del ochenta con pasión. Toda su locura termino el día
que escucho el primer single del álbum "Nevermind" de nirvana por la
radio. Los acetatos fueron reemplazados por cds, las lycras por camisas de
franela y el maquillaje y los peinados lacados quedaron en outside. Rumio su
aburrimiento mas de diez años, un día se canso de ser obrero de una fabrica de
mierda y abrió su propio bar en el que colocaba su música a todo volumen y en
el que se refugian muchos otros como el, que viven encapsulados en el tiempo
junto con chicos también que hubiesen dado lo que fuera por vivir esa época y
se disfrazaban graciosamente con atuendos ya pasados de moda.
Charlotte
salió pasadas las ocho de la noche. El gato levanto levemente la cabeza al
escuchar la puerta abrirse mientras ella le enviaba mimos que el no atendió y volvió
a cerrar los ojos. Ella salió a la calle y noto que ya la lluvia había pasado.
Estaba haciendo ese frio que a ella le parecía tan agradable mientras encendía
un cigarrillo y se entretiene esquivando charcos saltando con sus botas de caña
alta en los andenes. Uno que otro piropo de hombres que detuvieron su marcha
para verla pasar. La blusa negra entallada y escotada cumplía con su función a
la perfección. No tenía senos muy grandes, tampoco eran muy chicos. Con un buen
sostén de levante alcanzaba. El bus paso justo a tiempo y ella se refugio en la
ultima silla mientras se colgaba escuchando las historias de las personas que
se subían al bus en busca de unas cuantas monedas. Todos para los que la vida era
una cagada. Transito unas pocas cuadras y llego al bar. La primera cerveza
siempre era de cortesía. Una canción rockera siempre era suficiente para que
ella empezara a tararear. Ella sabía que había un tipo en la mesa del fondo que
la estaba observando. Ella ya lo había visto y no le había llamado la atención.
Ella quería cantar sola. No quería que nadie la molestara ese día. Entonces
paso lo inevitable: Llego la cerveza enviada por el galán. Ella no miro a
ninguna parte. Solo tomo la botella y empezó a beber. El tipo se acerco. Ella
lo vio por el reflejo de la barra. Entonces sonó una canción y ella se paro
justo cuando el tipo le iba a hablar, y lo hizo con una precisión quirúrgica y
se fue junto al barman a bailar. El ya la conocía y le sonreía mientras le da
un fraterno abrazo. El tipo se quedo allí derrapando en la nada y la vergüenza recorriéndole
el rostro. Otros en el bar se dieron cuenta de la acción y se rieron sabrosamente.
Al tipo no le quedo de otra: Pagó rápidamente la cuenta y salió de allí.
Charlotte lo vio alejarse con algo de culpa. Pero la cerveza sabía bien y ella retorno
a su lugar. La música seguía sonando. Había Empezado a llover otra vez.
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NO SOY LO QUE PAREZCO. Y USTED TAMPOCO...
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