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Ecos
El
regreso de Soda Stereo en 2026 comenzó como un rumor absurdo: una combinación
de tecnología inmersiva, grabaciones originales y una reconstrucción minuciosa
de Cerati realizada sin inteligencia artificial, al menos según lo comentaban
los productores. El proyecto se llamaba Ecos, aunque la palabra estaba lejos de
describir lo que terminaría ocurriendo.
La
noche del estreno, el estadio fue transformado en un contenedor sensorial. No
había asientos: todos debían permanecer de pie, monitoreados por pequeños
sensores que registraban ritmo cardíaco, temperatura, microexpresiones. “Para
mejorar la experiencia”, anunciaban los drones antes del inicio.
Zeta
y Charly subieron al escenario. Parecían tranquilos, pero cada movimiento suyo
estaba seguido por un minúsculo destello azul en los bordes del piso, como si
el sistema verificara cada gesto.
Y
entonces apareció él.
La
figura de Cerati surgió en medio de un resplandor que no se comportaba como
luz: no brillaba, vibraba. No era holográfico ni humano. Tenía la consistencia
de algo que estaba terminando de decidir si debía estar allí. Cuando comenzó a
cantar, los sensores alrededor del público registraron un incremento
simultáneo: temperatura, respiración, actividad de la corteza. Los drones
documentaron todo sin pudor. Zeta y Charly tocaban siguiendo sus monitores,
sincronizados con una precisión quirúrgica, demasiado perfecta para músicos
vivos.
A
mitad del concierto, algo cambió.
La
figura de Cerati comenzó a decir frases que no pertenecían a ninguna canción.
Palabras que habían sido grabadas décadas antes, sí, pero en contextos íntimos:
pruebas de estudio, charlas casuales, instrucciones descartadas. El sistema las
combinaba con lógica propia, generando un discurso críptico, casi molesto. Zeta
dejó de tocar durante unos segundos. Charly también. La figura siguió.
Lo
inquietante fue que no improvisaba: recordaba. Recordaba cosas que no estaban
almacenadas en ningún archivo conocido. Pequeñas anécdotas del pasado del
grupo, conversaciones privadas, decisiones que nunca fueron públicas. El
estadio enmudeció. Cerati volvió el rostro hacia el público —un gesto que jamás
estuvo entre las animaciones programadas— y dijo con absoluta claridad:
“Gracias
por venir. No volveré a hacer esto.”
Los
drones se apagaron de inmediato. Las pantallas colapsaron en negro. La figura
desapareció sin transición. Los espectadores se quedaron en silencio, rodeados
por la tenue luz roja de los sensores que ahora titilaban sin ritmo.
Zeta
y Charly descendieron del escenario sin hablarse, sin mirar a los técnicos, sin
mirar al público. La prensa informó que cancelarían todas las fechas
posteriores del proyecto. Pero al día siguiente, millones de dispositivos
—teléfonos, televisores, relojes inteligentes— comenzaron a reproducir por sí
solos un fragmento de audio imposible de rastrear. Eran apenas dos segundos,
una respiración sostenida.
Y
una frase que no formaba parte de ninguna grabación conocida: “Ausencias
totales”
No
era un espectáculo. Era un aviso.
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Pienso que estamos al borde, al borde de un cielo sin sol...

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