Los
dolores de los pies lo agobiaban continuamente en la última temporada. Como una
manifestación de las cargas espirituales, la preocupación por darle sentido
alguno a su vida se transformaba en dolores en las plantas de los pies que le hacían
pasar malos ratos. En las noches no podía conciliar con facilidad el sueño a
causa de los mismos y le reprochaba a Dios la falta de suerte en su vida o el
no encontrar un camino que le condujera a una felicidad de manera pronta. Lian
no entendía como la bienaventuranza no era una cosa de un día para otro y la
espera lo agobiaba, al descubrir que al final de esta, no había nada.
Se
entretenía imaginando que cualquier día, a cualquier hora, de una forma casual
y desprovista llegaría alguien a su vida que lo protegería. ¿De qué manera? No
sabría indicarlo con certeza. Pero cualquier día, una intervención extra
terrena entre lo divino y lo humano le daría el boleto hacia una mejor vida. Entonces
caía en la visión de Elise. Se veían bastante poco y sus sentimientos hacia
ella no eran del todo claros. A veces le gustaba, le atraía poderosamente, y en
otras ocasiones simplemente dejaba de pensar en ella, pues prefería entretener
su mente en otros asuntos.
Los
días trascurrían en la interminable e inamovible monotonía. Salía con mujeres
por breves lapsos de tiempo, en un círculo sinfín de conocerse – beber – tener
sexo y terminar la relación. Lo hacía con el mismo dinamismo y energía con la
que simulaba con los contertulios músicos mientras bebían y hablaban de música.
El los odiaba pero seguía frecuentándolos y comportándose de manera encantadora
con ellos, mientras pensaba en lo imbéciles que eran, igual que con las
mujeres.
En algunas situaciones concretas, se esforzaba por
tratar de descubrir características interesantes en las mujeres de la
universidad o del trabajo con las que salía, pero después de un tiempo, al
decepcionarse de lo corriente de las mismas, terminaba por alejarlas de mala
manera de su lado, llegando incluso a humillarlas, recalcándoles lo rápido que
terminaron acostándose con él y el hecho de ser personas con un coeficiente
intelectual inferior, según sus estándares.
La mayoría de las chicas con las que tenía relaciones
en ese momento, eran, al igual que él, seres con tristeza, con desprendimiento
de cualquier emoción o arraigo profundo hacia algo o alguien. El las prefería
pues entendía este territorio mejor que nadie y era más sencillo para usar sus
tretas de hombre profundo y enigmático. Aunque siempre se preguntó si en
realidad las mujeres solo querían o buscaban lo mismo que él y simplemente lo
dejaban actuar su papel para sacarle beneficio de lo que querían y nada más.
Eso lo hacía sentirse más despreciable aun, pues además de ser utilizado, se
sentía ridículo al percibirse descubierto en sus ardides baratos de galán
oscuro e intrigante.
Finalmente consiguió una novia, Margot, la cual no lo
satisfacía en lo absoluto. Había algo que le gustaba del sexo con ella, eran
sus senos grandes y redondos, o su forma de moverse, y era el único motivo por
el cual había decidió quedarse con ella. Era estudiante de Filosofía, una chica
con familia de dinero y sin preocupaciones, que gustaba de disfrutar la vida
entre bares y actividades universitarias. El despreciaba todo eso y fingía sentirse
igual de eufórico que ella cada vez que estaban juntos o compartiendo entre
amigos en común, pero en realidad se sentía miserable y envidioso de Margot,
pues en el fondo, deseaba enloquecidamente experimentar esa sencilla felicidad
que al parecer le era totalmente esquiva.
Estudiaba detenidamente a Margot y la encontraba
similar a las novias de sus amigos. Todas parecían cortadas por un mismo molde.
Eran particularmente resentidas, ambiciosas, fatuas, muy poco honestas y estúpidamente
orgullosas de ser así. Lian a veces
creía que estas mujeres eran de este modo porque querían ser todo lo
inversamente contrario. Pero al querer ser así automáticamente perderían todo
el encanto que las caracterizaba, pues muchos hombres gustan de cortejar a las
mujeres malas, pues las buenas les resultan terriblemente aburridas. Pero a
Lian hasta las malas le desinteresaban. Detestaba a las mujeres con el
pensamiento de convertirse en madres, andar cocinando y lavando, visitando
iglesias y dedicándole frases y canciones ridículas y cursis a sus amores. Representaban
todo lo que el secretamente y en la misma proporción odiaba y anhelaba al mismo
tiempo.
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Quiero conocer tu mundo....ese del que tanto hablas
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