Hola a todos:
Retomando actividades quiero iniciar este año compartiendo con ustedes, humildemente, claro esta, mi nuevo libro, titulado DORIAN. Un intento mas de escritura. Muchas gracias.
STAROSTA.
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DORIAN
I
El sol se eleva lentamente en otro
día cubierto de nubes lejanas. Bailan conmigo los insectos, las sombras y
las soledades que no me pertenecen. Mis huesos todo lo resisten sin sentir el
dolor, quizás me impuse sobre ellos oponiéndome a cualquier tipo de reclamo. El
cielo detrás de las montañas crece frío, se avecina el invierno, el horizonte
se refracta en colores y formas de agua.
Todo queda empapado de esa tonalidad gris que todo lo deforma. Algo me
mantiene embelesado, el sentimiento del vacío en mí, la interminable
marcha del dolor, el abandono, la desasociación. La habitación interna, enorme,
de paredes como de hierro que me asfixia, me condena, me mata lentamente como
una eutanasia que jamás termina. Yo miro hacia la ventana esperando que el
día se vaya, que la lluvia no termine, que el silencio no sea roto por ninguna
palabra, por ningún susurro, por ningún lamento. Cierro los ojos, me muevo
lentamente entre las penas que me ahogan. Y me pierdo mientras floto en el
vacío de mis ausencias, mi cabeza cae y las paredes se derrumban, quedo
gélido por un segundo, recuerdo una melodía sin final, un sentimiento de una
asonancia, después todo se va para siempre. Y quedo solo otra vez, como siempre
fue. En la ladera de la muerte una sola nota resuena incesante y derriban las
esculturas de piedra de los siglos, el pensamiento humano, la trascendencia. El
universo disloca materia y nada vuelve a ser como fue. El pasado no existe, ya
paso, el futuro no existe, aun no se ha creado y el presente se pierde en
recuerdos del uno y anhelos inútiles del otro. Yo debería cantar más, pero la
melodía se hace inútil en orejas llenas de sordera. Las mías, las del mundo
entero, la fragilidad, la banalidad, todo desborona el tiempo, nuestra
presencia, el cuervo en el dintel de la puerta. O
no sé, quizás he perdido mi toque o tal vez olvide mi estilo, o todo tipo de
cosas me han ocurrido y ya no veo nada. El encierro y el aislamiento generan en
mí la manía de la tristeza. Algunos días son mejores que otros…
Llevo ya tres días encerrado en esta
habitación y no quiero salir. El teléfono aun suena y no me animo a
descolgarlo. Supongo que algunos familiares, amigos y gente del trabajo me
están llamando para saber algo de mí. Simplemente me desperté y ya no quiero
salir más de mi cuarto. Seguramente a causa de las ventanas de vidrio grueso y
las cortinas corridas no se nota desde fuera que sigo aquí encerrado, vivo solo
y está bien dejarme morir acá. Hay gente que ha vendido a buscarme, he
escuchado que golpean a la puerta, insisten un poco y se marchan nuevamente. Para
evitar que den aviso a la policía y lleguen a allanar mi apartamento se me
ocurrió postear en mi red social que me iba a un retiro espiritual. Espero con
eso darme un tiempo para cometer mi plan, cobardemente pensado para poder
dejarme morir solo y abandonado.
Cae impertinente la noche y sigo
decidido terminante a quedarme en la casa, no me he vuelto a bañar y la comida
en mi nevera y en la despensa escasea. Estaba lloviendo torrencialmente, pero
de un momento a otro la lluvia se detuvo. Tengo ganas de fumar pero los
cigarrillos se me han terminado, al igual que las cervezas y el vino barato.
Llevado por la sensación de júbilo que siempre significo en mí el salir a
caminar después de la lluvia me he puesto un pantalón y un viejo saco. Estoy
decidió a salir pero el desgano puede más, entonces me he sentado en el sofá con
las luces apagadas, en total silencio, dispuesto a no ceder a mis impulsos y terminar
dormido. Además afuera el clima es tan
malo que lo más natural es quedarse en la casa. Pasó un buen rato en el cual
estuve sentado, despejado, pensando en nada y en todo. Las luces de las casas
de la cuadra se apagaron, es ya muy tarde, todos se han ido a dormir. Los andenes
se hacen oscuros y todas las puertas tienen doble llave y pestillo. Pero a
pesar de todo esto, he decidido levantarme, tomar mis llaves y arrojarme a la calle.
No necesito explicarle a nadie que tengo que salir, nadie a quien mirar de
reojo, nadie a quien besar para despedirme. A pesar de no preocuparme ya nada
en la vida, cierro la puerta con cuidado, giro del todo el cerrojo y me
cercioro que la puerta haya quedado bien trancada. Empiezo a caminar sin rumbo
fijo, mientras las luces de las farolas pegan en el roció que dejo la lluvia y
forman pequeños destellos por todas partes. Empiezo a sentir como el cuerpo
agradece el movimiento, mientras avanzo pensando en que siempre tuve esa
extraña sensación de inexplicable alegría al sentir como me golpea el viento
del invierno en el rostro. Yo era un niño, luego crecí y me convertí en la
gente, en el transeúnte, en uno más de los que caminan sin rumbo fijo viendo
cómo se nos van los años y recordar empieza a costarnos más, memorias escritas
en muchas páginas que se destiñen unas, se arrugan otras y forman nuestra
bitácora personal, la cual a veces se nos hace pesada, se arruga también la
piel, cada vez hablamos menos, la inocencia se pierde, la soledad llega y es
fiel, nunca nos abandona por nadie, y entre soledades nos buscamos, y aprendemos
a llorar y a sonreír de vez en cuando. Al final, todos somos lo mismo, nada es
tan distinto, la tristeza no termina tan fácil como el invierno que se aleja…
De repente tengo un extraño estimulo, un
envión energético que me indica que debo ir a tu casa, verte, escuchar tu voz.
La mente me traiciona concediéndole al pueril deseo una mayor importancia que
la usual, me hace creer que tengo más nervio para actuar y aguantar el hecho de
estar frente a ti, aun sabiendo como son las cosas y mi actual estado de
derrota y dejación. Entonces comienzo a correr
por las largas calles, separado completamente de mi propio sentido común, mientras
mi personalidad se va destilando hacia la insulsez, mi respiración se torna más
espesa, el manto negro de la noche es
mucho más exacto, el frío y la tenue llovizna golpea mi rostro, mis brazos, mis
piernas apresuradas, y tu imagen en mi mente se construye hasta lograr su auténtica
esbeltez. Mi corazón empieza a retumbar con cada bombeo, empieza a llenar el
silencio de las calles con su ritmo nervioso, me sorprende escucharlo tan
nítidamente, como una señal de vida, de mi vida, a medida que me acerco a tu
vivienda se intensifica aún más a estas altas horas de la noche. Llego a tu
puerta, me paro frente a ella, trato de controlar la respiración que retumba
desbocada para no delatar mi presencia. Estiro mi brazo pero no llega hasta el
timbre. Me quedo como un tonto unos instantes que parecen eternos. Volteo a
mirar la casa de al lado. Veo una rosa con los pétalos a medio poner después de
la tormenta. La arranco febrilmente mientras sus espinas se entierran en las
palmas de mis manos y la deposito con suavidad y ternura en el piso, frente a
tu puerta. Después agacho la mirada y vuelvo apresuradamente a la mía para
encerrarme de nuevo en ella. Cierro con pestillo mi puerta y me escondo debajo
de las cobijas, avergonzado de mí mismo al ver lo cobarde y tonto que soy…
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Siempre estaré aquí...
Si había un Dorian II tenía que haber un Dorian I - esto dice mucho de mi inteligencia, sí jaja-
ResponderEliminarLa primera parte me ha recordado un poco a Poe, un tanto gótico.
Describiendo muy bien esa bajada a los infiernos, cuando uno está tan hundido que sólo quedan dos opciones; subir para salir o dejarse morir.
Ahora voy a por II
*Engancha la historia
Besos.
Hola Prozac!!!! Muy halagado por tu visita y tu comentario. Muchas gracias por venir. Un abrazo
EliminarMuchas de nadas, jajajaj
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